El Puente Rojo y un muerto de risa

 

Alberto Aguilar.

 

Las aguas del Río Zahuapan empujan miados y gargajos y basura. Hoy reflejaron a un hombre desde lo alto.

​Contrario a la afirmación de que Tlaxcala es Tlaxnada, los peatones que acuden al mercado sabatino se llevaron una sorpresa: se deleitaron visualmente, para su mayor asombro y morbo, con algo así como una gelatina fresca que, con el calor, se fue entibiando y aguando y diluyendo hacia la nada.

​Miguel Ángel o Rafa o Marco ¡vaya uno a saber!, alto y tatuado y necio y riente y burlón, escaló la estructura férrea del Puente Rojo, para tomar una ligera siesta, descanso que fue irrumpido por el aviso de un ciudadano que, con ojo avizor, interpretó que ese libre ciudadano, del sueño placentero, podía pasar a concretar su propio suicidio, allá en lo alto.

​Poco antes de Vips, de la calle 20 de Noviembre, de Parisina, pues, acudió el Heroico Cuerpo de Bomberos, Protección Civil, Policía Municipal de Tlaxcala y Totolac, para evitar un posible suicidio público, lastimero, vergonzoso.

​El escalador, golpeado de la cara, sucio, obtuso, agotado, idiotizado, deprimido, confundido, tuvo por más de una hora la posibilidad de aventarse hacia un charco medio vivo –agua angosta y agónica a la cual todos los tlaxcaltecas nos aferramos en seguir llamando río–, a una altura de 25 metros.

​Recibió agua; la pateó. Recibió agua; la bebió. Recibió agua; la bebió. Recibió un taco; lo comió.

​Incluyó a su estado de ánimo las leperadas del pueblo que allá en lo bajo, a ras de suelo, le gritaron para sacudirle la conciencia, el humor, la burla.

La convocatoria a quitarse ya la vida fue de muchos: tlaxcaltecas vacíos de piedad, hambrientos de que algo suceda en este triste pueblo, brutos ante la prudente, evidente y pausada lucha por salvaguardar la integridad del descocado.

Si alguien se quita la vida, que lo haga, pero que deje ir a hacer el recaudo.

Los peatones se fueron hartando. Querían transitar sobre el puente rojo, a fuerza, a esa hora, en esas tensas circunstancias. Se empezaban a enfurecer por adelantado. Supusieron que llegarían más tarde a casa con la compra de las frutas y las verduras pero con la boca vacía de morbo delicioso: el hombre aquel no se atrevería a volar desde lo más alto del Puente Rojo.

Las ofensas se fueron inflamando.

–Ese pendejo no se va a aventar.

–Cuál, qué, sólo quiere llamar la atención.

–¡Ya mamador, aviéntate que a las 12 tengo partido de fut!

–Que lo salven, que lo salven, cálmense ustedes que es cosa seria.

–No mamen, hay que pensar a Tlaxcala en positivo.

–Total, si se muere pues ya será un pendejo menos.

–Eso eso, que se decida, porque un sí es un sí y un no ps es un no.

  El cielo tlaxcalteca lució de un azul hermoso, con nubes lechosas, el sol vivo y quemante, el aire casi estático, pasmado.

​El Heroico Cuerpo de Bomberos se acercó sigiloso, paciente, hacia el hombre que pretendía suicidarse. Los tianguistas ya estaban sentados, medio atentos, medio desganados, con la decepción de no lograr concretarse el espectáculo de la muerte.

​Drogado o no, deprimido o no, aburrido o no, el posible suicida fue cercado, esposado, amarrado, sujetado, todo para lograr salvarle la vida, en un arrebato premeditado a la mismísima muerte.

​El muerto de risa fue el hombre rescatado, buena parte del pueblo, los cibernautas que siguieron el enlace en vivo.

Después del silencio, los peatones volvieron a su vida y sus quehaceres. El pueblo vuelve a vestirse de tedio. Es la Tlaxnada de siempre.

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