Jorge Lezama, los poderes de la luz

Alberto Aguilar.

Jorge Lezama es, ante todo, un artista de ímpetus desbocados. El tiempo ha hecho de él y de su arte elogio de madurez entre miles de disparos con su amada: la cámara fotográfica.
A propósito del homenaje que el Museo de Arte de Tlaxcala le hace en este agosto de 2018 al maestro Jorge Lezama, coloco aquí las mejores prendas de su humanidad y de su lente.
Jorge Lezama tiene en su estirpe lapsos prolongadísimos de silencios y ensimismamientos. Es tímido, reflexivo, nostálgico; el reflejo de su melancólico lago artístico devuelve la conciencia de su naciente orfandad al saberse vivo pero lejano y a ratos ajeno al paraíso del primer Adán.
Sus talentos artísticos tienen raíz, pues, en la silente observación de todo cuanto le rodea; supo que para vivir a plenitud hay que estar con el mundo, jamás de espaldas y menos ciego y sordo y mudo ante la creación de lo que existe. Y si es imperceptible o irreal o jamás palpable ante el ojo humano, él lo crea.
Su mirada tiene añejas, recientes, inventadas relaciones con la literatura, la pintura, la música, la anatomía humana, el paisaje, los objetos y las cosas.
Vivió mil y una noches en campamentos como líder de grupo, logró que los cautos exploradores supieran ver y sentir, entrar y salir de ese túnel del alma, incomprendida por la edad de la bella juventud.
Devoto de Henri Cartier-Bresson, de Manuel Álvarez Bravo; discípulo de Mariana Yampolsky; condiscípulo de innumerables fotógrafos de salvajes y arriesgados instintos –que ponen en peligro su vida con tal de captar el instante–, lo que le ha valido el espanto y el respeto por lograr entregar su vida al oficio, por asumir de manera profesional su compromiso fotográfico, tan valorado en las imprentas y espacios cibernéticos de Proceso, Cuartoscuro, Reuters, The News…
En el gremio periodístico le palmean la espalda con el diminutivo de “Jorgito”, estiman sus audacias con el apodo de “Conejo”, le festejan sus gracias y repentino humor con la afirmación “qué cabrón eres”. Enmudecen sus colegas a manera de respeto o reprimida envidia ante la dualidad de su excelencia fotográfica y personalidad visceral.
En helicóptero, en motocicleta, en auto por él conducido, corriendo como atleta de alto rendimiento, de lejos o de cerca, a como sea, este fotógrafo tlaxcalteca impone a su lente el registro de cualquier tema. Ignorante jamás de que la fotografía tiene una función social.
Generoso en su quehacer profesional, el corazón de Jorge Lezama ha tenido también como tema principal a la ciudad de Tlaxcala. La conoce tan bien así como a algunos de sus protagonistas de la vida pública.
Aquejado por una reciente intervención quirúrgica, sencillo y sensible se presentó el maestro Lezama al Museo de Arte de Tlaxcala. Fue complaciente, dialéctico, dialógico ante un público que supo reconocer e indagar el espíritu del artista. “Me queda claro lo poco que soy, pero sigo vivo y voy a tomar otra foto. Ese simple hecho me hace sonreír”.

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