Miseria tlaxcalteca

Alberto Aguilar.

Afirmar que Tlaxcala presenta menor incidencia delictiva ni es consuelo ni es verdad en la viva indignación de las víctimas tlaxcaltecas

TLAXCALA/27/04/2019.

Mucho antes de las maneras de combatir los delitos perpetrados a través de las tecnologías, la infraestructura, el equipamiento, la profesionalización y el discurso estadístico, retórico y retador de las autoridades subidas al presídium a propósito de la reciente Convención Estatal de Directores de Seguridad Pública Municipal; mucho antes de su real y permanente fracaso, de su frivolidad evidente, de la suma total de sus deshonestidades; mucho antes de que el pueblo tlaxcalteca levante antorchas y reclame con violencia en Palacio de Gobierno y en la Presidencia Municipal de Tlaxcala la soberana incapacidad demostrable de quien gobierna; mucho antes, hay que detenerse y aceptar la verdad innegable: Tlaxcala es un pueblo hambreado, al tiempo poseedor de una epidermis gruesa y vil, y por supuesto corrupto y corruptible.

Pregunte usted acá y allá, hable en primera persona y reuniendo los testimonios, cual granizo, se abollará ese toldo discursivo que pretende alisar la agresiva realidad. El panorama es desolador: le roban a usted en la calle o entran a su casa para arrebatar lo que no les pertenece; le roban a sus hijos o los secuestran; amenazan con violar y violan si el dinero o la información no es suficiente; estaciona su automóvil y al regreso le roban las llantas, todas las veces posibles; martirizan y decapitan a sus familiares; le desaparecen el auto, la moto, la motoneta, la bicicleta… Hay inseguridad en Tlaxcala.

¿Denunciar ante el Ministerio Público? Hágalo usted y comparta a todos la eficacia y eficiencia, el sentido humano, la afirmación de que sí valió la pena…: la realidad es lo contrario, hay que dar dinero para “agilizar” el trámite, así se entiende que no hay voluntad de denunciar pero sí evidencias de que la justicia en Tlaxcala es pozo seco bajo la sombra de la corrupción. Hay hambre y corrupción en Tlaxcala.

Una es la estadística informativa que ofrece el gobierno respecto de lo evaluado durante el último año en materia de seguridad en Tlaxcala, otra el total de testimonios descarnados cuya crudeza rebaja la dignidad humana, fulmina la fe en las autoridades y afianza lo que no se dice: la red de corrupción es anchísima, resistente, y por supuesto que incluye el maridaje entre los victimarios y las instancias de justicia tlaxcaltecas.

Pese a la Conmemoración de los 500 Años del Encuentro de Dos Culturas, México-España, al gobierno actual se le olvida que Tlaxcala, a pesar del crecimiento de su población, todavía logra establecer puentes comunicativos verosímiles y muy fuertes a partir de una única vía: la oralidad. A través de la palabra que se comparten unos con otros el ciudadano tlaxcalteca se entera (antes de las “benditas redes sociales”) de los asaltos cometidos; sabe de los secuestros aunque no los publiquen en el periódico local; se entera de asesinatos cuya enunciación ni en estadística  escuchará por parte de Ejecutivo Estatal; registra quién es el ladrón de la comunidad y sabe el por qué de su cínica impunidad.

El pueblo tlaxcalteca es quien mejor tiene el pulso de la inseguridad en Tlaxcala porque la sufre, la encarna, y no hay a la fecha disculpas por parte de las autoridades. De ahí su legítimo disgusto. La inseguridad es una proyección en video mapping cuyos protagonistas son los ciudadanos.

Es acaso el hambre, las miserables condiciones económicas actuales, el polvo de cocaína en la nariz, el humo de mariguana en el diafragma, la aceptación de una existencia bruta lo que ha hecho de Tlaxcala una vida insegura y selvática.

A este punto, la responsabilidad del gobierno, delineada con esa sonrisa cálida, afable y permanente del Ejecutivo Estatal se torna similar a la del tierno cachorro león blanco Xonotli: feroz, tierno, pero indefenso al querer salvar a la manada.

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