Alberto Aguilar.
El profesor de la vieja escuela mira burlón y receloso los métodos de la educación a distancia. Esencialmente, descree. Se apega al artículo tercero constitucional y a su derecho de apostar a la enseñanza que él mismo construyó. Empero, su experiencia corresponde, ya, al siglo pasado.
El profesor de la vieja escuela renuncia a convertirse en un híbrido. Nada de depender de power point para hacer de su elocuencia e hilo temático la delicia de quien deletrea su pensamiento; las imágenes que puede provocar vienen de su verbosidad persuasiva; los mapas mentales los ofrece con prístina claridad, lógica y orden; a cambio de videos novedosos él mismo narra hechos y sucedidos de modo tal que, de verdad, los logra ver el pupilo; no cae en obviedades y se niega a redactar lo que suele contener una hoja de presentación: él apuesta a que nadie de los oyentes es tan obtuso como para que después de numerosas clases se le haya olvidado lo consabido: a qué escuela pertenece, quién es su maestro, cuál es la materia y qué ciudad habita y qué siglo vive; arriesga su eje conductor para retroceder y reiterar el objetivo del tópico que muestra; de ningún modo confía en computadoras y cables y cañón y bocinas: como maldición no hay equipo que alcance en una institución o llega a ausentarse la luz o el internet es insuficiente o algo falla. Como él mismo dice: la tecnología como obstáculo.
El profesor de la vieja escuela sólo necesita el lago lechoso del pizarrón y un marcador y borrador para abonar información o desdecirse: en esa anchura trazará sólo un vocablo para marcar una guía de ruta o poblará de ideas y dibujos curiosos con la segura risa del espectador.
Estamos ante un profesor pulcro y afectuoso, sensorial, que impone ser un vendedor de asombro: da probaditas de miel a esta, esa y aquel. Seguro está que la interacción humana, cara a cara, con la dialéctica de la expresión corporal, es un bello códice a descifrar.
Antes, mucho antes del uso de herramientas tecnológicas, él mismo pescó de aguas profundas el modo y la técnica para transmitir, provocar y crear conocimiento. Es un docente seducido y seductor de su vasta imaginación. No se le prohibía tener cigarro en mano, y encenderlo. No se le imponía portar uniforme o gafete en el pecho. Tenía derecho a pontificar sin ser interrumpido por estúpidos avisos escolares en momentos impropios; no permitía que sacaran a ningún alumno en la disertación de la clase porque los progenitores no pagaron, ay, la colegiatura, desde hace tres meses.
El profesor de la vieja escuela defiende su vocación y escupe ser la resultante de un docente en permanente rotación. Al diablo la idea europeizante de la certificación. Pesadilla pesada esos tres círculos de fuego llamados competencia, evidencia y experiencia. Y vienen sus hornos diabólicos de la planeación (propósitos, objetivos específicos y generales, metas, valores) por encima del paraíso lumínico de la enseñanza. Aguas que ya nos empapa y ahoga el alud de científicos mexicanos, dice el profesor tradicional no sin delicioso sarcasmo.
El profesor de la vieja escuela apenas prueba bocado novedoso de su asignatura y ya se exaspera de otras obligaciones propias de un profesor del siglo XXI: tutorías, comisiones, gestiones, investigaciones, actualizaciones. Reniega hablar como loco frente a un único receptor: la pantalla de su computadora. Se opone a ser sólo un número y clave en la plataforma digital. Descree que en un escritorio se anticipe y defina todo lo que vendrá, mucho antes de percibir siquiera a los alumnos o a saber si vivirá.
¿Profesor de papel? Esas son succiones a decrépitos borrachos. El profesor de la vieja escuela defiende ser un gurú hecho de sangre. Mete mano a su morral para sacar un libro; detesta las tabletas electrónicas. ¿Profesor bufón para hacer dinámica una clase? No estrictamente. ¿Certificarse sólo para enriquecer a unos cuantos maleantes de la educación? Blasfema la búsqueda de estrellitas en la frente de las instituciones educativas.
El profesor de la vieja guardia mantiene insobornable postura de no ceder ante imposiciones tecnológicas. Por eso y más, al diablo la digitalización de la educación a distancia y sus duendes jamboard, wordle.net, O.D.A., Google Earth, Ruletas Educativas, Celebriti, Jeopardy Rocks, Kubbu, Animaciones Emaze, Dipity, Quizlet.
El profesor de la vieja escuela se queda, en el recuerdo, dentro del aula, convencido de que a su modo de enseñar –y eso ha sido su vida entera– fue dichoso y pleno porque el alto espíritu de su pedagogía de ningún modo se agotó en su periferia.