Mírame y no me toques

 

Alberto Aguilar.

 

El COVID-19 ha confirmado nuestra condición económica pobre, distanciadísima de la población privilegiada. Sabemos que desde hace años eso de las clases sociales pasaron de ser un parangón indicativo a arrojar a millones y millones de mexicanos al renglón malnacido de los pobres a secas.

También, el COVID-19 nos ha recordado que si algo nos salva del tedio y el encierro es el erotismo y la libertad de compartir leche y miel con quien uno cree es merecedor de tal banquete, ya sea puesto sobre la mesa virtual o presencial.

Con el estímulo visual de las redes sociales, quien decide pasar el “pack” (paquete), vive intensa excitación al compartir desnudos propios mediante fotos o videos íntimos,  mostrando fragmentos del cuerpo o todo el discurso del deseo con lencería, que, cual Presidente de la Mesa Directiva de la Lascivia, apenas arbitra, cabildea fantasías y medio le calla la boca a la verborrea genital que los convoca.

El posible espectador puede ser alguien conocido y especial en los deseos de quien comparte su “pack”: ambos –de manera privadísima- enviarán y guardarán en la nube de las delicias aquellos videos o fotografías que evidencian cómo la desnudez se repite frente al espejo, o se hace moho lujoso bajo el agua prístina de la piscina, o se lubrica –solitario- un sólo ojo, o se irgue voluptuoso y liso y desdentado muy por arriba del ombligo, o se presenta con pliegues bermejos, rosas y rosados en espera del rito de iniciación, o enfatiza la algarabía propia de la silente candidez o el deleite de la más deletreada delectación.

El posible espectador también puede ser alguien desconocido y baladí para los deseos de quien hace foto o video erótico de su propio cuerpo, por eso quien comparte su “pack” pide recibir a cambio un billete Sor Juana, certificado por el Banco de México; este mínimo pago  representa un buen estímulo para no poca gente decidida y urgente de que alguien le haga un paro. Además, no sólo es un ingreso seguro sino también libre de infecciones y odiosos impuestos. Es, sin duda, un paliativo ante las brechas de desigualdad económica de nuestro país.

La venta de “packs”  -envío de desnudos a través de archivos digitales- presenta a manera de imán brevísimas prácticas sexuales que prometen muy bien acompañar y hacer pasar al cliente de cibernauta trasnochado a cibernauta deslechado. Es decir, se garantiza una descarga seminal con sabia mano gobernada.

La divulgación de videos y fotos íntimas compartiendo su “pack” no es de ninguna manera autorizada para quienes lo comparten sin interés de comercio. Es una suerte de complicidad íntima, entre dos, para dos.

El desempleo aumentó con el COVID-19 y junto a él la mar de contenido sexual de los “pack” para ganarse algún dinero sin salir de casa. La iniciativa se interpreta  personal, voluntaria,  sin el estorbo costroso y castrante de ningún padrote.

Quien envía su “pack” estrictamente por dinero, lo hace de manera casual, pícara, sin asomo de talento ni producción o mira profesional. Poca es la inversión y poca también la edad: son mujeres de entre 16 y 20 años. Aseguran cumplir con fetiches y estar certificadas por el Cielo Libidinal.

Esta manera de complacer tiene sus precios: hay desde 40 pesos por el envío de fotos hasta 200 pesos o 1,500 pesos según el pliego petitorio del cliente o las promocionales vigentes.

Mírame y no me toques es la consigna de quien hace negocio propio a través del envío de fotos y videos íntimos, con la promesa de que al compartir su “pack” regala no sólo los secretos de su piel sino que se acerca a otra forma de venta del cuerpo, de marketing consciente, recurrente, no importando que este comercio sexual sea de bajo nivel, de a pie, tras bambalinas, sin líder sindical ni reflectores, sin firma de exclusividad ante nadie. Apenas una pishcachita.

¿Pudor o arrepentimiento aún después de que termine por largarse la pandemia?: Ninguno. El desempleo y las ganas de brillar es tan legítimo como lo que deliberadamente hacen las artistas jóvenes y famosas de todo el mundo. La intención es clara: reunir dinero. Y, al tiempo, y, con suerte, tener un sólo problema: ganar más de lo que uno gasta.

A propósito de la presunción anterior: Teniendo frente a sí, a todo color, completita (gracias a una súper pantalla Sony Smart de 60 pulgadas), a un personaje apetecible por donde se le espíe, como es la cantante y actriz Belinda, unos viejos barbados, acodados en la barra del bar, miraron bobos esa escultura viviente;  acordaron veloces: una mujer exitosa, como ella, lo es porque ha complacido bálanos exitosos.

Los viejos gargajosos de aquel bar miraron y volvieron a mirar, detenidamente, a la bella Belinda. En su mente y en su celular ansiaban tener su “pack”.

Temblaban las barbas de los viejos.

 

 

 

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