TLAXCALA/ 25 /SEPTIEMBRE/2020
Alberto Aguilar.
Le salió respondón al presidente Andrés Manuel López Obrador aquel que realizó estudios de economía y ejerce el periodismo con músculo de escarnio: Carlos Loret de Mola Álvarez.
Si el odio une más que el amor, ambos están empalmados: se piensan, se espían, se celan, se citan oralmente o por escrito, se ríen casi al mismo tiempo. Les gusta desconocer que se sirven de la misma mesa. Pero eso sí, en esa aparente relación no presencial, como son educados, cuidan no voltear los platos.
Hay en Loret de Mola un evidente problema con una sola autoridad: el presidente de México. El morenista es una especie de “padre” de oficio político al que simbólicamente –mediante la redacción periodística– hay que matar.
El “hijo” enjuto, de oficio periodístico, se comporta como lo es y ha sido en su ejercicio de prensa: altanero, burlón, pretencioso, retador…: Esa es la piel del egresado del ITAM, se impone como pugilista analítico aunque su físico y mente no precisamente le empaten y asistan. Tampoco se lo impone ni está obligado a realizar tal ensamble.
Hay en Andrés Manuel López una atrevidísima afirmación íntima que, a diario, hace pública: mientras sus detractores estiran el brazo al árbol de los argumentos, el político tabasqueño ya fue sembrador, cosechador y distribuidor de ese inmenso huerto, y sabe, por supuesto que sabe, el fruto y jugo de esa arboleda.
Si experiencia y memoria han sido sus manos sembradoras de argumentos, para el presidente es nulo, o, en el mejor de los casos, inusual, convenir con alguien que tenga una postura distinta o contraria en extremo. Además, un aviso de diferencia con su postura y pensar equivale, pesadamente, no a estar en discrepancia con él sino con el pueblo entero de México. Impone sentimiento de culpa con lo que él interpreta como deslealtad. Si alguien sabe quién es el actual presidente de México es AMLO.
Carlos Loret cae en un error argumentativo: llevar sus afirmaciones al extremo, a lo absoluto, en cada nota, en cada entrevista. Reitera que es pesada sombra el estilo muy particular de ejercer el poder del presidente. No hay atisbo de luz ni asomo positivo.
Ya sabemos que en afirmaciones extremas hay más dejo de enojo que claridad de verdades.
Andrés Manuel López recibe patadas bajo la rodilla, muecas de disgusto, sonrisas burlonas y carcajadas maldicientes del jovencillo Carlos Loret de Mola. Le es inevitable ver en el comunicador a un hijo del periodismo cuyo defecto es su edad, quizá curable con el tiempo. Lo ve muy gallito en las redes sociales pero imberbe ante la figura de páter familia que su administración presidencial de casi dos años ha logrado.
El problema no resuelto de Carlos Loret es Andrés Manuel López. Los manazos verbales de este, su indiferencia, su desprotección y desafecto, son formas de desamor que le pesan al excolaborador de Televisa. Le duelen a tal punto que en la continua redacción periodística encuentra un poco de sanación.
El periodista y el político señalan con el mismo dedo el paño, la mancha en el espejo. El espejo es uno sólo y el reflejo, tristemente, agrupa a los dos.
Carlos Loret, el sentenciador, acusa que el presidente “refuta los hechos con insultos, sin argumentos, para evitar la rendición de cuentas sobre los fracasos de su gobierno”. El espejo devuelve eso mismo del acusador, sumado al complejo ya dicho. Carlos Loret se monta sobre el equino de las caballerizas de la izquierda política; al señalar al presidente dictador y absolutista, vuelve el reflejo de sí mismo: “este es un gobierno que donde quiera que le rasques ha fracasado”.
Loret de Mola utiliza el pedestal de la redacción y el portal periodístico LatinUS como plataformas inmediatas. El presidente Andrés Manuel López se vale del podio matutino desde Palacio Nacional y otros espacios de acuerdo a las giras alrededor del país.
El espejo los devuelve irremediablemente juntos. Casi diabólicos en la manera unísona de acusar, de armar el pleito. Esto casi nos lleva a preguntar: Bueno, quién comenzaría primero…
“Que no utilice la tribuna para descalificar” dice Loret, y el espejo muestra a este descalificando. “A lo que no tiene derecho es a insultar”, dice el comunicólogo, y este insulta.
El presidente sucumbe a la provocación y el comunicador se respalda con la bandera de la libertad de expresión. No hay en ninguno de los dos una voz interior que diga, detente, escucha: Te comprendo porque veo las cosas desde tu punto de vista y mi experiencia –semejante a la tuya– me permite –sin proyectar– hacerme cargo de lo que tú manifiestas; entiendo qué significa ahora esto para ti.
La legítima presentación del desacuerdo entre un individuo y otro debería tener su base en la actitud empática. Mientras no suceda, quizá algún día, alguien decida descender de su pedestal de huacales.