Depósitos y despropósitos

Depósitos y despropósitos

 

✍️Alberto Aguilar.

 

El odio une más que el amor, verdad incontestable.

Escribir en el fuego ardiente de la entrepierna ajena siempre ha sido un texto tan gozoso como delicado. Se pasa de la luna de miel a la luna de cera, de la miel a la hiel, de las cañas a las varas, de las hendiduras femeninas cálidas y predispuestas a las llagas vivas y dolorosas: heridas punzantes en su amor propio, según esto, provocadas por un hombre.

El odio une más que el amor, verdad incontestable.

Se me antoja solazarlo así:

Otrora lo admitían todo y era un secreto delicioso; en la intimidad en pareja daba lo mismo si el sazón del goce se elaboraba dentro de un auto, bajo un árbol, en hotel, motel u auto hotel de lujosa o ínfima categoría; los mensajes recordatorios vía Whatsapp o Telegram, prudentísimos o cuantiosos, eran la sólida afirmación de que el deseo ronda siempre de la periferia al centro; por supuesto que nunca fue tema que el sujeto de la fiesta carnal tuviera la condición de hombre casado; a qué cuestionar su doblez bisexual o poliamorosa; imposible debatir si el sexo expuesto daba el ancho o el largo, cuando, en cada encuentro, si algo escurría era mutuo material magmático fundido al mismo tiempo.

Para decirlo con justicia, había entre ellos un convenio no dicho porque era tácito: Hacer de la vida una fiesta y del cuerpo una cochera. En su condición de amantes, firmaron un manifiesto en el que defienden que si dos personas se desean y se comprenden no habrá entre ellos, en materia de amor, perfume barato ni licor de bajo precio. Mucho menos la contrariedad esa que los mal amados califican como “plato de segunda mesa”.

Quién, entonces, humanamente hablando, pudiera contra este tipo de relación perfecta que renuncia a su fin; cómo destruirla si por largo tiempo resultaba inodora, incolora, invisible e ingrávida ante el blanco de los misiles de la envidia; además de que, se entendían tan bien, que enanas les quedaban esas fuerzas obscuras que no soportan que hombre y mujer desafíen a la moral y los buenos principios sociales; jua jua jua.

Y, a pesar de, aún con todo, con todo y eso, con eso y todo, aún así, el paraíso ilímite nubló el cielo y demacró a los amantes.

Los persistentes depósitos monetarios (guiño lindo del amante generoso y solvente), y los depósitos eróticos, salvajes, de abundante esperma, hicieron un día resequedad y quiebra. La amante pasó de la complacencia incondicional a la antipatía, al vivo aborrecimiento, a desatar el moño de los reclamos, a la hostilidad hacia ese sujeto que, viéndolo bien, era la representación de la traición y la mala voluntad juntas.

La toxicidad tomó la mano diestra y la hizo siniestra. Le dio por escribir el fuego ardiente de su rencor sobre el automóvil del idiota aquel. Hizo público lo que fue sexosamente privado. Con su enojo, no se percató que con el uso de vocales y consonantes exageró lo que quiso hacer ver como prístina verdad. La mal amada, fue ingenua al dar sus fluidos y su corazón y su tiempo a quien está escindido entre su cónyuge y ella, optando siempre por aquella que solo ha dado hijos y frialdad.

La frustración amorosa tuvo una aliada insospechada, legal y permisible: la tinta blanca de la marca Nugget, cera líquida no sólo para calzado sino resistible al agua e irresistible en su solidaridad con mujeres de despecho insobornable.

Con la punta de esponja de esa arma venial, fue escrito y posteriormente leído en la vía pública lo que permaneció sobre los cuatro costados del auto del examante:

“Lord depósitos infiel / Viejo y puerco / Eras casado / Pito chico / Perro infiel / Le quedaba aguado el condón”.

El fuego secreto tiene entre sus páginas los renglones torcidos de la pasión.

[A manera de dispensa, abro corchete para dar un mensaje de tregua. Es un revés a la narrativa pública, al despropósito que en la calle leyeron cientos de personas. Lo escribió el afectado en su matrimonio y en su condición noble, de quincuagenario, de poeta errado. Lo publicó en su muro de Facebook. Con su permiso, lo reproduzco aquí:

No destruyas mi cuerpo / pensando en sus miserias: / doliendo a pierna suelta / se destruye él solo, amada, / como si creciera hacia una lanza / clavada en la cabeza. / Yo me destrozo, mira, no lo hieras, / suelta el arma, detente, / no pienses más, no odies, / dame una sola tregua; / deja de respirar dos líneas de mi aire, / para que se corrompa en paz esta carroña.]

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