Grinderos del altiplano mexicano

Grinderos del altiplano mexicano

 

Despacio en curva

 

Alberto Aguilar.

 

El hinchado genital masculino de Príapo, dios menor en la mitología griega, se levanta poderoso. Excita y convence a estar, como él, en pie, en dirección hacia el amplio cielo, con porte brillante y enhiesto, ya sea venudo sanguíneo, salvaje lampiño, greñudo curvilíneo, mazo pesado, enano respondón, varita de nardo, qué mas da.

En permanente amenaza eyaculatoria, el miembro en cuestión está propenso a definir por dónde se va, a quién pica en el ano, a qué cuerpo se restrega, a quién sirve de hisopo para saber la temperatura y medida vía nalgas o boca, o, simplemente, se dirige sin más, directito hacia el corazón de un gay sentimental.

El antojo fálico es, esencialmente, testarudo en la geografía total y específica de una aplicación exitosa llamada Grindr.

Escuetamente, Grindr es una red geosocial y una aplicación de citas en línea destinada a hombres homosexuales, bisexuales, transgénero y heterocuriosos, cuyo deseo es mantener relaciones sexuales con otros hombres. La aplicación se ejecuta en ¡OS y Android y está disponible para su descarga desde App Store y Google Play. Funciona en iPhone y iPad. Ofrece versiones gratuitas y basadas en suscripción de paga.

Grinderos del altiplano mexicano poseen características propias.

Visualmente resulta apetecible, risible, el mosaico de fotografías de los participantes. Las hay sutiles en la exposición de un fragmento del cuerpo; grotescas en la evidente ausencia de higiene en el premio prometido; cortadas mañosamente para eludir el rostro; en involuntaria muestra de decadencia física al compartir tres o cuatro imágenes mal seleccionadas; explícitas en el imán del sexo expuesto o alcohol o drogas o dinero para persuadir; manos con semen copioso o lengua erecta o ano abierto son guiños de invitación; abdómenes de todo tipo; caritas infantiloides con pecas y nariz perruna; lencería barata; rostros ocultos con cubrebocas o emoticones lascivos; estatus cosmopolitas y cosmoputitas; expresiones impostadas que celebran la fiesta de la vida y confiesan visos de rotunda soledad.

Es insistente la negativa del color de piel propio. Mediante filtros fotográficos, el grindero necea con ser de piel muy blanca o blanca, rechazando así su color real e imponiendo lo que rotundamente no son.

La aplicación digital Grindr tiene la posibilidad de chatear, enviar fotografías privadas, proporcionar ubicación exacta de otros usuarios mediante localización GPS. También permite ver el perfil del usuario.

Obvio, hay un número tal de perfiles sin rostro que los consumidores deshonestos se han ganado a pulso el calificativo despectivo de Grinderos de Clóset. Abundan los que usan la aplicación para espiar a los demás y reprimir una y otra vez sus impulsos sexuales; su morbosa actividad es reducida a onanismos sin fin.

La lépera actitud de los usuarios es hiriente en su derecho a bloquear a quien gusten. Toda vez que han obtenido foto de otro cómplice anónimo que ha enviado la foto real, es suficiente para eliminarlos de su lista de apetencias urgentes. “No eres mi tipo”, es la expresión más corta y amable que, en todo caso, alcanzan a enviar antes de recurrir al seco bloqueo. La brecha generacional puede ser a favor o en contra.

En Grindr, el léxico del deseo se satura de leperadas y esfuerzo metafísico para descifrar misterios imposibles como este: “El joterío aquí es cagado, piden vergudos y ni se la aguantan, piden culones y la tienen chiquita, quieren coger pero con todo incluido, mejor prostitúyanse… Puro pto calientahuevos aquí, vayan alv”.

El envío de fotografías privadas va desde la creación de un álbum para compartir, de fotografías permanentes o efímeras y del robo de identidades como camuflaje para que no se sepa quién vive una doble vida.

Grinderos del altiplano se identifican por un tipo de hartazgo alimentado con vicios locales, quizá todos irreflexivos. Por ejemplo, les da por saber, en un primer mensaje, de dónde es el que les escribe. Quieren hacer pláticas eternas cuando el uso de la aplicación es evidente: tener sexo lo antes posible. Si así lo entienden ambas partes, pronto indagan qué rol es el que practican para tener mayor compatibilidad en un posible encuentro: activo, pasivo, inter, versátil, u otras variaciones y categorías practicadas aún no reconocidas en el argot social.

El que quiera azul celeste, que se acueste y que le cueste. Con esta premisa, pululan participantes muy jóvenes en busca de un Sugar Daddy: un papito, papaíto, con solvencia económica y de mando, capaz de condescender cariñosamente los antojos y caprichos de quien, a cambio, será complaciente en la avidez sexual del amable proveedor.

Una máscara teatral amarilla con fondo negro es el logotipo de la aplicación Grindr. Me resulta elocuente si interpretamos esa máscara como la reunión de una comunidad cerrada, secreta y velada. Insinúa ambigüedad en el desarrollo de las relaciones interpersonales de los usuarios.

En la sección Acerca de mí, el usuario tiene la libertad de escribir en su perfil un pensamiento breve que dé aviso de qué piensa, quién es, qué busca, qué lo define (al menos así lo descifro o exigiría yo). Hurgando, uno de los más logrados es el siguiente:

“Soy alivianado. Soy vato y me gustan los vatos. ¿Por qué buscamos amor en un burdel c

omo este?”

 

 

 

 

 

 

 

 

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