Mujeres al grito de guerra: contienda presidencial

Mujeres al grito de guerra: contienda presidencial

 

18 de marzo de 2024

 

Po: Dafne Ortiz

 

El papel de la mujer en la política ha visto grandes cambios en cuanto a estructuración y oportunidades según lo establecido por leyes y derechos, no obstante, esto no quiere decir que se efectúe, debido a que en México a pesar que este 2024 trajo “buenas nuevas” en lo político –desde la candidatura presidencial de dos mujeres en la contienda (y que encabezan las estadísticas de preferencia) y la paridad de género para los diversos cargos políticos–, sigue persistiendo un monopolio de poder masculino que llegan a controlar y representar un obstáculo en la carrera política de las mujeres. Esto referido a las oportunidades en su desarrollo profesional-político. Además, que se incluya a las mujeres en contiendas políticas no exime que sólo sea simbólicamente para no desacatar lo legal y socialmente establecido.

 

La mujer dentro de la política se ha visto lleno de travesías de lucha por derechos, desde 1884-1887 se vislumbró la necesidad del sufragio de la mujer, por medio de una publicación en una revista femenina Violetas de Anáhuac; también durante la época (1910) de Francisco I. Madero, varias mujeres se unieron a la lucha y exigencias para la participación femenina en las elecciones por medio del bloque “Las hijas de Cuauhtémoc”. También existieron múltiples Congresos feministas. La primera participación femenina en elecciones fue en 1935 en el Partido Nacional Revolucionario (PNR); pero también diferentes estados de la republica previo a este año conocieron y legalizaron el derecho al voto de la mujer. De manera oficial a nivel nacional fue hasta que Miguel Alemán subió a la presidencia y bajo si ideario de lograr que México fuera una nación moderna se vio en la necesidad de reformar el artículo 115 de la Constitución que permitía que la mujer pudiera votar, y el 17 de febrero de 1947 se publicó en el Diario Oficial de la Federación.

 

Bajo esta perspectiva se ha visualizado que tan sólo para lograr el sufragio de la mujer en México se ha visto en tormentas y no sólo peticiones desde “formas correctas”; pero, a pesar de las altas y bajas en lo político con relación a la figura de la mujer, el 2024 es y será marcado en la historia como las elecciones presidenciales femeninas –y si los datos previos predicen el destino de México, será la primera vez en la historia de México que llegue al cargo presidencial una mujer–.

 

No obstante, es relevante que en el mundo de la política también se cuestione la calidad de las personas que se postulan a cualquier cargo político, ya que su papel dentro de la sociedad es una representación digna y eficaz de todas las personas que integran el territorio de “gobiernan” y ejecutan. Además, deben de velar el cumplimiento de las leyes, transparencia, rendición de cuentas, un actuar ético y moral, y representación. Bajo estos términos, no sólo se trata de llenar espacios políticos de mujeres, sino que en calidad de personas también cumplan con todo un perfil profesional. Nuevamente, inclusión no es sinónimo de avance; además, coloquialmente hablando, “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”, y quien sea un mal gobernante no distinguirá sobre cuestiones de sexo –refiriéndose a la etiqueta fisiológica y medica–, sino desde se moralidad y responsabilidad; por lo que, aunque una mujer esté bajo el cargo no quiere decir que represente a todas las mujeres, o que las mujeres están obligadas a pensar como ella. Se trata de un tema de sororidad, y es una cuestión que enmarca mucho el pensar actual de la mayoría feminista –considerando que, en México, según el INEGI, en el cuarto trimestre del 2022, residían 67 millones de mujeres– que las mujeres representan un 52% del total poblacional, una mayoría. Entonces, a pesar que hay dos candidatas mujeres presidenciales, no significa que ambas sean magnificas o ideales al cargo –y esto hablando fuera de cuestión de género–, se debe cuestionar desde lo racional y funcional sus propuestas y trayectoria política.

 

Por ejemplo, desde el discurso se pueden ver pensamientos e idearios de quien habla, actitudes e identidad; y en el caso de Xóchitl se ha quedado demasiado corta y con carencias: sólo pudiendo reflejar lo que uno no quiere para gobierno, llegando a pensar que no es lo que México necesita; sobre todo, es algo perceptible en diversas plataformas digitales –si se considera que 27% del electorado actual son jóvenes de 18 a 29 años– la molestia y apatía por la candidata Xóchitl.

 

Por el lado de Claudia, existe mayor apoyo, pero la idea actual de los jóvenes respecto a su decisión de voto se ha visto sesgada desde la perspectiva “quién es la menos peor”; lamentablemente parece que el voto se sustentará con esa idea; y cabe señalar que no es la primera vez que en México se piensa así. Es un constante en la política mexicana, tener candidatos ineficientes, irrisorios y que sólo son una burla para el pueblo mexicano.

 

Sin embargo, “la culpa no es del indio, sino de quien lo hace compadre”, y este dicho muy bien dicho cae perfectamente en México y su capacidad de elección de los diversos cargos políticos. No somos aun capaces de exigir representantes dignos y capacitados para representarnos, caemos en el conformismo del “a ver cómo nos va” y el “pudo haber sido peor”; nos es más cómodo adaptarnos que exigir un cambio y una mejora, independientemente de ser o no mujer; lo cual, parece una burla actual desde la perspectiva machista y misógina que desacredita la inteligencia y capacidad de la mujer al poner en cargos públicos y políticos a mujeres que son incapaces –igual que hombres– de ejercer un cargo que implica tal responsabilidad. Es necesario que se reformule la selección de mujeres capaces –las cuales son demasiada– y dejar de lado el influyentismo que pondera en todas las elecciones políticas y sobreponer a la inteligencia.

 

México abre un hito importante con su selección de mujeres para pelear la presidencia nacional, que visibiliza el poder de la mujer, abre la representación y el camino de la política, pero también pone sobre la mesa que las mujeres son y serán capaces de llegar hasta donde quieran, siempre y cuando se tenga la convicción, inteligencia y responsabilidad social; y en términos de México, que una mujer llegue a gobernar es el puntapié que se necesita el estructuralismo machista y misógino que pondera en la Nación. En conclusión, quien llegue al cargo debe y deberá jugar positivamente como representación de la mujer y que rompa los señalamientos y el marginamiento de la mujer.

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