Maestro coronado
¡Ay ojón!
Alberto Aguilar.
Tlaxcala amaneció con felicitaciones, entre la sábana bajera y la sábana encimera, de íntima intimidad; entre el buró y la lamparita “de noche”, con manzana roja y brillosa, verde y sana sobre libros gruesos, atractivos, mamotretos que jamás nadie leerá.
–No bien clareaba el día, la imagen frutal y libresca que digo se empezó a repartir en dispositivos móviles distintos, con destinatario específico: docentes de diversos niveles educativos. La afirmación era contundente: “¡Felicidades a los Maestros, forjadores del porvenir!”
La manzana como humilde ofrenda sobre el escritorio del docente, avisa salud y agradecimiento, preocupación prudente respecto de un presentimiento amenazante: el ayuno involuntario o el mal comer del querido profesor.
Sí sí, el alimento del conocimiento está en los libros —gran invento—, pero también hay que destinar alimento y agua para el intestino delgado y grueso.
Si está puesto en su lugar lo que vitaliza el cerebro y el estómago, entonces lo que viene es el otro nutriente espiritual, justo, romántico, floral: las palabras de gratitud que nacen del corazón y coronan al amado maestro.
Loor y lisonja y alabanza porque alguien de mejores luces y entendimiento que el nuestro; de sagrada paciencia comprobada; de virtud espaciosa; de formación didáctica; de ciencia en la educación y educación en la ciencia; de comunicación e innovación educativa; de locura necesaria; dual en su eslabón fe y cultura, espiritualidad y pedagogía, piedad y letras; de acción quirúrgica capaz de extirpar a numerosas generaciones del tumor maligno de la sandez (o hacer desaparecer el velo gris de la ignorancia ahí, a ras de la frente mugrosa con lentigo y melasma de los alumnos), en su celoso apostolado educativo fue tan paciente y tenaz que retiró el escombro de la mente de sus discípulos, y, a cambio, en su afán de provocar más preguntas que respuestas contundentes, los encaminó a deseducarse, poniendo casi todo en entredicho, y colocó una fresca y simple corona de laurel en la cabeza del aprendiz como premio a la excelencia académica demostrada.
Es 15 de Mayo. Día del Maestro en Tlaxcala.
Así es como se ha de leer, con mayúsculas; porque de ninguna manera es menor la apuesta que ha hecho el Estado mexicano por la enseñanza; porque levanta usted una piedra y se asoman tres maestros titulados y seis más en seria formación normalista en Tlaxcala, y otros dos candidatos pero no a elección popular y sí a grado de Doctor, ¡ay Tlaxcalita eres cunero de la educación en todo el mapa de la República mexicana!; porque si pregunta usted qué hacen bien a bien los maestros, yo le respondo: hacen la diferencia.
El Centro de Convenciones de Tlaxcala, el Centro Expositor y auditorios y salones sociales y patios escolares dan fe de la participación de multitudes alfabetas (con carrera magisterial, diplomados en línea, contribuciones científicas a la Nueva Escuela Mexicana o encarrilados en su propio proceso de titulación a causa de la triste tesis); son maestros alegres que asisten para que se les festeje sin límite de tiempo y de elogios; porque los afiliados a distintas organizaciones sindicales esperan recibir enhiesto aumento salarial, reconocimiento público por sus treinta o cuarenta o cincuenta o sesenta años de labor magisterial, porque cómo no señor, por qué no, esta vez sí me gano el auto nuevo de paquete, o ya de a perdis la bicicleta que tiene los colores de mi honorable institución: sería lo menos por mi aportación al tejido social, a la maquinaria de la ciencia y la tecnología en mi tableta y pizarrón repletos de grafías alfabéticas y numéricas, porque mi modesta provocación ha logrado que mis educandos sean caldo de cultivo de lo mejor para las generaciones siguientes, sumado a que Señor Secretario de Educación, Señor Rector, Señor Director, Señor de los Cielos, Doctor Honoris Causa, Secretario Sindical, Profesor y Licenciado, en la casa de ustedes que es la mía ya creció la semilla y otro poquito y mis cuatro hijos maestros serán como yo, bueno, seguro mucho mejor que yo, humilde pastor de letras.
¡Es 15 de Mayo!, retumba este dato en la cabeza del pobre profesor envuelto en sueños, es mi día y mes para que me abrumen no con fuegos de artificio, sí con el fuego llameante de la reiterada veneración en redes sociales, en mi persona física con palmaditas en los hombros, con regalos simples, coba efímera pero honda por mi magisterio ininterrumpido, incorrupto, insomne, renovado, sacrificado, exigente, boreal.
En el festejo de los maestros se cumple bien la ufana expresión del “andamos de manteles largos”, y hay que añadir circulares, cruzados, cuadrados, rectangulares, ovalados.
Horas antes del arribo de los educadores a su añorado 15 de Mayo, en el Centro de Convenciones de Tlaxcala, adentro, cientos de mesas redondas dejan colgar manteles en color blanco y rojo; soportan arreglos florales, cubiertos, vasos, servilletas de papel, canastillas con pan mantecado, rajas en vinagre. Las sillas están revestidas con tela de poliéster pero coquetonas con moño vistoso en la parte trasera donde el respaldo, hecho el adorno de tela también.
El piso presume de limpio. Los meseros observan a lo lejos la creación de sus manos, el orden y la simetría, la mesa puesta; pasarán al menos diez horas para que desmantelen todo eso y puedan irse a casa con los pies hinchados, la camisa sudada, el pantalón mugriento, el ánimo rebajado y con algunos billetes y monedas en el bolsillo. Se irán caminando a casa, quizá en moto, con pasajero afecto hacia poquísimos comensales que saben decir gracias y se organizan rápido para el reconocimiento monetario de la mesa; se irán los meseros con resentimiento recio, cerrado, hacia esa tribu eufórica que, paulatina, se fue obnubilando —después de los sagrados alimentos—, de alcohol, cigarro, baile, chilaquiles, café, pastel, y más de la letanía cacofónica ¡salud!, ¡salud!, ¡salud! Seguirán los debates atenienses a gritos aunque el estruendo de la música ya se ha ido, y, para el mesero, se irá también, en la inadvertencia de todos, la esperanza entera de recibir una buena propina.
Chulada de arreglo floral el arreglo personal de las maestras. No hay fodonguez, amargura en la mirada, descuido en su proceder. Hacen rozar los dedos de la mano con la edad que tienen y la saben acompasar en paseo elegante, discreto, perfumado de dignidad.
En los jóvenes maestros está el hambre de mundo, la ingenuidad, la piedra de tropiezo, la afirmación de que la juventud es un defecto que se quita con los años.
En los maestros maduros y señeros está el ojo contemplador que todo observa, analiza y calla. Ha perfeccionado su diplomacia y amansado el coleteo de la ambición magisterial. Mira a las compañeras maestras y dialoga íntimo sólo con el tacto. Selecciona quién merece sus enseñanzas, anecdotero puesto a prueba de bostezos. Ya nadie hay quien le enseñe. Se siente fuerte, más allá del bien o del mal.
El Centro de Convenciones de Tlaxcala va recibiendo a los pilares de la educación. El sanitario empieza ya a agrupar aportaciones líquidas y fecales para mayor gusto del joven de la entrada que ofrece papel y vende cigarros sueltos y chicles de tres pesos.
Los comisionados del sindicato lucen traje improvisado (o la camisa les aprieta el cuello o el saco es demasiado hombrón). Pero sin duda la corbata impresa con el escudo de la institución o del sindicato les da un plus de autoridad. Destaca en su aspecto la disciplinada asistencia y voluntad a la hora de levantar peso en el gimnasio. Se nota. Se siente. Las maestras, abrazan y dan saludo de beso en la mejilla y apretón leve en los bíceps de ellos so pretexto de manifestar felicitación por el Día del Maestro. Las repetidas sonrisas repartidas tienen un dejo de deseo delicioso.
Las edecanes, comisionadas por el sindicato, sostienen en sus pechos la mascada de poliéster acordada, pero como que algo tienen de raro maravilloso… “¿Ya la viste? Sí está panzas ¿no? Digo, yo sé qué es tener inflamación pero eso ya es embarazo”, “Compañero, mira ahí junto a la tómbola, qué deliciosa está la practicante, no le conocía esos atributos tributarios”, “Me acerqué a mi coordinadora y su perfume cómo me recordó a La Mapacha, del Bora Bora”, “De veras que el estilista hizo bien su chamba, me saludó la compañera y ni la reconocía. Es Pily mi amor, qué taaaaal…”.
El Centro de Convenciones Tlaxcala, similar al aula, es punto de naciente algarabía incontrolable. La voz humana muestra tarjeta de presentación en su categoría de murmuración, risa, carcajada, cuchicheo, chisme, interjecciones. Se reduplica el saludo entre ellos. Las miradas a lo lejos.
Cómo no va a ser educado el educador. En su día de festejo, se acentúa el “pase usted”, “pero cómo cree, después de usted”, “Compañero, qué puntual eh”, “Lo aprendí del mejor: de usted, mi estimado maestro”, “Por favor, no se levante mi maestro de maestros, aquí me integro”, “Vente manita, te aparté tu lugar, ya sabes que cada año nos sentamos juntas y que no se nos olvide la foto del recuerdo”.
Similar a las calles oscuras y barrios de alto peligro, la presencia de las autoridades educativas y su comitiva protectora hacen sentir fuerte presencia. Acallan el alboroto verbal. Entran de prisa, en modo avispero, como gandalla o gansteril, pero es involuntario, para ellos su paso es de alegre proselitismo, como venidos de una fiesta de logros que los demás no saben ni ven ni valoran. Hay en los representantes de la educación una sonrisa de bienestar que, seguro, compartirán en los discursos subsecuentes mas no consecuentes por parte de los maestros.
Similar al aula —donde a veces los alumnos parecen ponerse de acuerdo para no escuchar al iluminado maestro—, los festejados niegan su oído a los discursos del 15 de Mayo. Escuchan pero rehúyen oír de verdad. No estando en el presídium ni en el pódium, porque si no qué les queda, hacen coitus interruptus a lo que el orador tanto practicó con la lengua y el teclado de su procesador de textos. Los festejados maestros continúan su urgente diálogo interdisciplinar pero en voz baja, con señas, con envío de memes desde su celular. ¿Qué peste expelen esos discursos que desde hace años el síntoma principal es la indiferencia de la multitud? Son extensos, lineales, retóricos en duro sentido, acueductos de datos y afirmaciones peligrosas, sobradamente enérgicos y complacientes en la mira fantasiosa, heteronormados y acartonados en su exclusiva solemnidad.
La envidiable enunciación de conocimientos por años compartidos en el aula tuvo su pausa. El magisterio reunido, en su calidad de comensal, abrió boca para recibir el regalo de esos rollos de jamón rellenos de queso preparado, del plato de frutas, del entremés de carnes frías con queso holandés, de la crema de jaiba, de los ravioles rellenos en salsa de queso, de los medallones de lomo de cerdo en salsa de almendra, del filete al vino blanco, de las zanahorias y champiñones al ajillo, del vino tinto Pedro Salomón y Pedro Ximenez, y de los postres y café de grano que ya no recuerdo porque este cronista saciado estuvo en la mesa de honor y no en las otras mesas de la grey alfabeta a las que inicialmente me aparté.
Sin discursos que escuchar ni autoridades qué hacerles notar amistad o respeto, los diálogos fueron estirando músculo para el oidor.
–Qué fuerte está el calor, ¿verdad maestro? Lo que es no tener tema serio de conversación.
–Se están discutiendo a nivel internacional tres temas: La profesión docente, el papel de la práctica en la formación y la necesidad de reestructurar contenidos pedagógicos y disciplinares en los planes de estudio. ¡Cálmate tú Ángel Díaz Barriga!
–El maestro es el arquitecto del futuro, construyendo sueños y creando oportunidades.
–Florecita, la miro y no hay duda de que la maestra es el corazón de la institución. Ay maestro, me hace sudar con sus ocurrencias.
–Yo le digo a mis alumnos que los exámenes son para humillarte. Fabricamos el fracaso. Hay que admitirlo ya.
–Dirán que no me canso pero yo sí soy profesor de tiempo completo aunque me paguen sólo como hora clase. Seamos de este siglo. Atendamos las habilidades metacognitivas, cognitivas, la cultura digital, las capacidades argumentativas.
–Querida maestra, le recuerdo que soy delegado y todos me miran; yo creo escuchamos los discursos de nuestro líder y me sigue contando por qué afirman que la hija de Lucerito en realidad es hombre.
–A ver maestro, usted que es poeta, dígame de qué se libera el verso libre.
–Maestro Jesucristo, yo sólo soy un renglón torcido de Dios.
–Ese Juanelo ni me saludó, ¿lo notaste? Así es esto de la ingratitud. Fue mi alumno. Yo lo hice. Y al tal Ibarra le conseguí su plaza. Ni una atención. Pero así es esto, nos crecieron los enanos.
–Querida maestra, le recuerdo que soy delegado y todos me miran; yo creo escuchamos los discursos de nuestro líder y me sigue contando por qué afirman que la hija de Lucerito en realidad es hombre.