Reliquia de primer grado
¡Ay ojón!
Alberto Aguilar.
Tlaxcala va dejando en la barranca del olvido la estricta enunciación maratónica que tenía sabor de profunda veneración eterna: “Amados hermanos en Cristo, nos ponemos en pie para recibir al Excelentísimo Señor Monseñor Doctor Don Luis Munive y Escobar, Obispo de Tlaxcala”.
Imponía su estatura eclesial y física.
–Uno noventa sí medía ese Varón de Dios.
–Su altura física era apenas una pauta del gran hombre que fue. No por nada en el Vaticano lo conocieron como Príncipe Azteca, ganado por su carisma y liderazgo, por su andar seguro a la vista de esa ciudad donde Rómulo y Remo fueron amamantados por una loba.
–Y aquí fuimos amamantados de la fe de ese fregón obispo, y también de sus sacerdotes diocesanos que por él y gracias a él iban y venían de Roma. La gozaron los canijos, y qué bueno. Ojos que no ven…
Armazón de pasta negra pesada sobre su pronunciada, afilada nariz, de gran olfato económico; de manos largas y audaces para bendecir a cada integrante de la grey que lo seguía a pie y, en sus oraciones, lo han seguido por generaciones enteras.
–Sus manos sólo sabían bendecir, aunque al estrechar su muñeca y carpo uno no tenía duda de que fue hombre de campo y del campo adquirió la fuerza y la rudeza, o quizá no rascó para sacar ni una papa y las heredó de su padre. Al tiempo se le hicieron lisitas sus palmas de mano santa.
–Le decíamos el Chanclas de Oro, pero no de mala fe. Era que hábil resultó para persuadir y hacer de la fe y los dineros las construcciones diocesanas que hoy son nuestro orgullo.
–Obras son amores, claro que sí. Y amor es lo que ganó hasta de los tlaxcaltecas más renuentes. Tlaxcaltercos, como usted dice señor cronista.
-Era muy movido Monseñor Munive, y también movido por la gloria de Dios. De Dios.
A la región de las fosas nasales le llegaban los cristales oscuros, propio de la figura de los monseñores de Roma. Su voz, estricta y amorosa a la vez, cimbraba las almas lo mismo con altavoz que al aire libre en libre ejercicio de su oratoria sagrada.
–Yo siempre lo vi como un santo, juntaba sus manos y la mitra sostenida en su cabeza como que se le alargaba hacia el limpio cielo. El acto litúrgico sí era una conexión con lo divino, era como que más sagrado cada que regresaba don Luis Munive de ver al Papa Juan Pablo II.
–Yo tengo la grabación. Mi obispo Munive hizo que el mismísimo Papa Juan Pablo II pronunciara con sus santísimos labios el nombre de Tlaxcala, con motivo del Segundo Congreso Misionero Latinoamericano. Fue en 1983, no me equivoco.
-Ese Carlitos Vóytelas era carismático, no como el actual Papa Panchito que ni viene.
–Mi edad anciana me da la solvencia para atestiguar cómo el Excelentísimo Doctor se quedaba por horas y horas hincado frente a la Santísima Virgen de Ocotlán. Oraba por el mundo, por su pueblo de Tlaxcala, por lo empañado que el tiempo va dejando el alma ajena y la propia, cómo no si era humano como todos, pecador como todos. Pecador de qué, sólo la virgencita se enteró, y no es hablar mal del obispo, ya sabemos que esa mancha del pecado nos viene de origen.
El cabello negro y engomado. De un negro azuloso, como de cuervo bañado en el misterio de la noche. De día, actuaba cauto y audaz y anónimo en sus profundas intenciones con el eco de los laudes, vísperas y completas; el rezo de cada día.
–Gustaba del consumo medido de miel, todos los días, por aquello de las inmunidades.
–Inmunidad diplomática fue lo que tuvo y no hubo nadie que le cuestionara desviaciones.
–Desviado e ignorante es lo que tú eres, ¡insensato! Los obispos están impedidos para mentir, robar, desear, tener malos pensamientos. Si daba cada día probaditas de miel era para facilitar la producción de células inmunológicas.
–No te esponjes, eso mismo quise decir respecto de su inmunología, tan brillante como su teología, filosofía, mariología, martirologio. ¡Florilegio chiautempense fue ese santo señor!
Entre alfombras rojas y cortinas aterciopeladas de igual color, el Amantísimo Obispo Luis Munive y Escobar se fue extinguiendo cada día hasta que la enfermedad lo derrotó. Una operación de hernia mal tratada fue el origen de su prolongado sufrimiento. Sus restos, en el Camarín de la Basílica de Ocotlán; sus pertenencias materiales, guardadas celosamente por algún familiar y cura cercano en ese viacrucis que fue su sufrimiento durante trece años. Si se tuviera que hacer una ficha de ese Calvario se leería así: Sacrificio, renuncia, mortificación.
–El anillo obispal, ancho, de oro macizo, con el símbolo papal grabado, sólo la Virgen de Ocotlán sabe quién lo tiene, dónde quedó. Aún con el anillo perdido, el Padre Bueno Munive será recordado por su compromiso espiritual, autoridad y fidelidad.
–De veras que sí lo queríamos ver como santo, pero ese proceso como que no cuajó. Algún día haremos veneración y culto a su espíritu misionero, eclesial y social.
–No cuajó, pues qué gelatina…
–No se lo diga a nadie, pero yo que lo cuidé por años tengo guardado cabello y ropa de Don Luis Munive. Ese es mi tesoro, ¡mi reliquia de primer grado!
–Achis achis los mariachis.
–¡Cristo ayer, hoy y siempre!