Padre Zamorita

Padre Zamorita

¡Ay ojón!

Alberto Aguilar.

I

Los vientos fuertes y fríos, tercos en la reciedumbre de sus ánimos pendencieros, fueron y son los propios de la Ranchería La Palma, del municipio de Tlaxco. Más hacia adentro, el aliento divino se esparció montañoso el 14 de marzo de 1940, en el Rancho Los Charcos, perteneciente a la parroquia de San Agustín Tlaxco, Tlaxcala.

Ese Tlaxco de inmensos silencios, esas rancherías de usos rústicos y de alturas poéticas indecibles, de alientos muy intrínsecos, de piel sensible en la chamaquiza quemada por los muy frescos cambios climáticos con insolente sol, todo ello, ello y todo, fue la geografía primera que recibió a aquel niño macizo, de baja estatura, de enormes manchas rojas en las mejillas, de piel blanca y muy fina, de altura espiritual acrecentada con el paso del tiempo.

Nadie advertiría que allá, en el norte de Tlaxcala, había nacido una criatura que sería la adoración de la feligresía; el aliento permanente de los hombres sin fe; el consuelo de los moribundos; la cátedra de las relaciones sociales; el belcanto de la liturgia; el oído confidente de muchos pueblos; la generosidad a prueba de indiferencias y mezquindades; la retórica sagrada en litigio al mostrar en los sermones verdades teológicas irrefutables y ocurrencias preclaras; la causa de envidia mal disimulada de algunos hermanos sacerdotes; la venia a él entregada por parte de Monseñores y Senadores, Gobernadores y Fiscales; el festín, pues, que provoca las intensidades de la hermosa vida.

Manuel Zamora García respondía con un saludo respetuoso, carismático y aniñado cuando su nombre era pronunciado en los primeros años escolares. Ya inscrito en el Seminario Palafoxiano, se volvió afirmativo: alzaba la mano, insistía participar y utilizar la palabra. Ya encontraba en su elaborada enunciación el pentagrama que con sonoridad elevaría a pensamiento lúcido utilizando su alfabética construcción de ideas y argumentos.

Manuel Zamora García respondió gallardo al llamado de la vocación sacerdotal.

Griego y Latín, Filosofía y Teología, Patrística y Cristología, Hagiografía y Mecanografía, Derecho Canónico; derecho y encorvado, tímido y arriesgado, el seminarista Zamora hacía esfuerzos por digerir tantos contenidos sinuosos no sin la ayuda del Espíritu Santo. Y otra vez la vuelta a la noria y a presentar examen de Liturgia, Historia de la Iglesia, Teología Pastoral, Sagrada Escritura, Valores y Moral, y, del morral del oriundo de Tlaxco, salía pura nostalgia y tristeza por los muchos años de no estar ni saber qué sucedía con su familia.

Tras años de estudio, recibió el presbiterado en 1965 en donde ahora conocemos como Parroquia de San José; poquito estuvo, muy poquito, de llegar a los sesenta años de sacerdocio. No cumplido ese arribo, le fue devuelto capítulo a capítulo, versículo a versículo, el amor que regaló a la gente; le fue entregado el cuidado paciente, necesario en su etapa anciana; con el testimonio vivo de haber hecho el bien, renovó el sentido de su existencia.

Manuel Zamora García fue receptor de la mirada condescendiente de múltiples generaciones que recibieron de él la instrucción para ser ejemplar monaguillo, leal sacristán, respetable mayordomo, estudiado catequista, cumplido seminarista, recto Padre Vicario, católico limpio de corazón.

Consta en álbum de familias tlaxcaltecas, en videos, en sentimientos no dichos, su labor pastoral que suma medio siglo, ya fuera con motivo del bautizo, la primera comunión, las nupcias primeras o terceras, las bendiciones protectoras, los juramentos, los santos óleos, el sacramento de la reconciliación.

Andando el tiempo, el cariño desmesurado se adelanta por mucho a la vejez del ser amado: hace de los antropónimos y antropólogos, de los patronímicos y petroquímicos el obligado diminutivo que avisa la permanencia de la ternura. De aquel Manuel Zamora García fue quedando el “Manuelito” y, por largos años y para siempre, se impone un sólido y único referente: “Padre Zamorita”.

Serán las moras o zarzamoras, serán Las Palmas o Los Charcos, será la Diócesis o la cirrosis, lo inobjetable es que al adolescente Manuel, del norte de Tlaxco, la voz se le fue haciendo grave y lejana. La memoria se convirtió en caja fuerte que lo almacena todo. La feligresía le fue abriendo el corazón y la confianza de sus hogares. Los solventes económicamente hablando le fueron donando sus dineros. Las manos terminaron gastadas de tanto saludo de palma a palma, de la muñeca hasta los dedos. Las manos, quedaron perfectas en las salutaciones al mero estilo político, con los dedos firmes y palma abierta, dando pie a reverencias recibidas o elaboración de retóricas de efímera efigie popular. Las manos resultaron insaciables y necias en su repetido movimiento a la hora de bendecir.

Andando el tiempo, y el reverendo presbítero con él, el vientre se le volvió anchuroso. La ternura lo precisó hermoso con los años. La muerte le vino a entregar el esperado remanso un diecinueve de enero. Hoy diecinueve y veinte y veintiuno de enero de 2025 el pueblo le llora y le canta adelantando calendarios. Lo besa con los ojos cerrados.

II

Manuel Zamora García fue el menor de 9 hermanos. Su papá, Manuel Zamora Manilla se casó tres veces, porque quedaba viudo. Es hijo de la última esposa, Genoveva García Alba. Creció y estudió en el pueblo de Tlaxco, cursó en la escuela del curato antiguo y después terminó sus estudios en la Escuela Primaria Carlos González. Ingresó al Seminario, ubicado en San Pablo Apetatitlán que era parte del Seminario Palafoxiano de Puebla. Le vive su hermana Simitria y sobrinos. Sobrino directo, Manuel Zamora Díaz, actual Párroco de la Basílica de la Misericordia en Apizaco.

Alma Inés Zamora Gracia, sobrina del Santo Varón, dice con pétalos de gratitud entre los labios: “No tenemos con qué agradecer las grandes muestras de cariño de todas las personas que nos ayudaron durante su enfermedad. Estamos muy conmovidos porque hasta ahorita no nos ha costado nada. Le obsequiaron su ataúd. Todas las flores, el pan, el café, el alquiler de sillas, al rato nos llegan mil botellas de agua… No tenemos con qué agradecer la bondad de la gente. Simple y sencillamente mi tío está cosechando lo que sembró. Es la corona que se labró y es la que se pone. Vivió siempre dentro del ministerio que quiso ejercer. Trabajó mucho para el cielo y ya se fue al cielo”.

La Capilla de San Nicolás de Tolentino, ubicada a tres cuadras del zócalo de Tlaxcala, fue el centro y culmen de la pastoral del padre Manuel Zamora García durante muchos años. Defendió su lugar, y ahí, con ímpetus de juventud prolongada, asistieron casi todos los días porciones del pueblo para recibir los servicios litúrgicos encomendados a un sólo cura específico y no otro: el padre Zamorita.

En una puerta muy pequeña del lado derecho de la única entrada principal a la Capilla de San Nicolás, las insistencias de la feligresía no tenían respeto al horario. Además, los servicios litúrgicos eran para ya, porque “condenado padrino, si ya te habías comprometido con otro ahijado por qué diablos no apartaste la misa con antelación, si serás bruto”.

Similar a cualquier sacerdote diocesano, el padre Zamorita iba y venía de pueblo en pueblo, desafiando distancias y horarios. Por supuesto que llegó tarde muchas veces muchas, mas le era perdonado porque su ancha presencia y sonrisa afable doblegaba iras y reclamos, no así resentimientos para el que jamás lo había tratado.

–Ahora me ves empresario y mamón, pero de niño fui su monaguillo. Al final de la misa me daba mis monedas de la limosna. A veces hasta billetes gruesos de valor. Íbamos a iglesias hasta fuera de Tlaxcala. Luego tenía que orillar el auto porque le ganaba el cansancio. Dormía poco. Lo requerían a todas horas. No sabía decir no.

La capilla de San Nicolás tuvo constantes remodelaciones hasta lograr la recuperación de su alta dignidad arquitectónica. Iniciaba el año y ahí ve usted al padre Zamorita repartiendo sobres a manera de cooperación voluntaria y voluntariosa. Ya organiza rifas, desayunos, ya compromete a las familias, ya pide directo y sin enredos a los que más tienen. En franco acelere de entusiasmo, se hace amigo del Mariachi Vargas de Tecalitlán. “¡Que cante el padre Zamorita!”. “Ando enfermo del estómago, queridos hermanos, pero aquí tienen a los artistas internacionales que, en su bondad, han querido venir a nuestra Capilla de San Nicolasito”.

Fue en San Nicolás donde se estrenó este cronista con el libreto y dirección general de la pastorela El Diablo en Lomas Taurinas, actores principales todos los sobrinos de la muy religiosa Cecilia Ángela Curiel Vera. El estreno fue divertido, contagiado por la risa fuerte del padre Zamorita: JAA, JAA, JAA.

Pasaron los años y el monaguillo que fui al tiempo se convirtió en profesor universitario. Veo a lo lejos al Padre Zamorita. Su cabello corto y canoso. Vestimenta formal. Suéter con botones al centro. Colores serios. Rechoncho y feliz. Blanco y chapeado. Ojo avizor. El reconocimiento en fuerzas o por fuego era su voz. Ya de cerca, su humanidad cautivaba. Podía ser pícaro, imprudente, piadoso o enamorado.

–¡Betaaancio, Betaaancio!

–¡Padre Zamorita!

–¡Betaaancio!

Me hacía mirar alrededor, apenado. A constatar que nadie lo había escuchado.

–¡Betaaancio!

–Padre, no me diga Betancio. Eso suena a rancio.

–Tú eres Betancio.

–¡Oh qué la…!

Me quejo con mi tío padrino Ramón Sánchez Aguilar. Hace un desquite verbal.

–Yo lo conozco como el padre Zamurái. Así dile y de paso salúdamelo. Es a todo dar ese cura, líder nato como pocos en Tlaxcala.

III

El tercer domingo de enero de 2025 a las 8:08 de la mañana, se escucharon los sonidos de campana de la Capilla de San Nicolás. Quienes advirtieron ese sonido peculiar se dieron por enterados de la triste noticia. Era sabida y consabida la prolongada enfermedad del adorado padre Zamora. Taquicardia en el pecho. Lágrimas solícitas en las cuencas de los ojos. Nerviosismo en las manos. ¡Dios Santo!

Quienes lo cuidaron en sus últimos días, dan fe de los esfuerzos que el padre de Tlaxco hacía. Se le concedió que su última celebración eucarística fuera precisamente el 12 de diciembre, Día de la Virgen de Guadalupe. Después, vino el laúd de la salud perdida.

El tercer domingo de enero de 2025, y el día siguiente, el Atrio de la Capilla de San Nicolás, Tlaxcala, estuvo abierto para la feligresía entera. El féretro en el centro, los arreglos florales alrededor, las coronas funerarias a los costados, la mucha gente a todas horas, las misas subsecuentes, todo en altísimo respeto para despedir al muy amado padre Manuel Zamora García.

Coracyt Noticias ahí estuvo de manera permanente. Los medios digitales atentos de cada hora transcurrida. Los servicios funerarios Montserrat haciendo lo propio. Los familiares del sacerdote difunto reciben a los feligreses con cientos y cientos de “gracias” en los labios por tanto amor ferviente.

Las coronas funerarias, con la cinta negra cruzada con letras doradas, hacían presencia de personajes ausentes y familias presentes. “Beatriz Paredes”, “Familia Flores Hernández”, “Familia Sánchez González”, “Familia Barba”.

Las madres Icas de Ocotlán rezan y lloran, cantan y reprimen llantos de kilométrico pesar. Llegan los muchos choferes, cocineras, compadres, ahijados, amigos y muy amigos de Zamorita. Las sillas puestas afuera del atrio se vacían de gente y se vuelven a ocupar. Las miradas prudentes se esparcen. Es la Tlaxcalita donde todavía todos se conocen.

–Quería venir mi familia pero será más tarde. No quieren saludar a la Ortizada.

–Espía discreto hacia tu derecha, ahí están los Morenos traidores, ya se les olvidó su cuna priísta. Manuelito siempre apoyó la causa del Revolucionario Institucional. Sí señor.

–Ese cura era grosero con Zamorita, recuerdo que cuando mi boda le echaba y le echaba agua bendita hasta mojarlo. Nomás de pura maldad. Canijo cura.

–Que el padre Zamorita interceda por nuestro país. Ya ves al chimplete de Trump con sus ideas de que sólo hay dos géneros, masculino y femenino. Mi hijo es no binario, no me lo vaya a querer extinguir. Y según que será unificador y pacificador. Viejo loco.

La feligresía se descalza ante el Padre Bueno que descansa en el féretro. Me acerco a despedirme. Tras el vidrio vertical hay un semblante afilado. Serenísima expresión de humanidad. Túnica blanca con bordados de plata. Cruz en flor. En el pecho la imagen de San Nicolás de Tolentino. Patena blanca y sobre ella una paloma. En lo alto, una estrella, guiadora nocturna que conduce hacia el templo.

–Me conmueve mucho el padre Zamorita. Cómo me recordó al Papa Juan XXIII, Angelo Giuseppe Roncalli, el Papa Bueno.

Puesto el padre Zamorita en lo más alto, junto a los santos, y con la irrenunciable devoción de sus seguidores, el oficiante toma a los feligreses de los hombros y con voz sonsa y desganada los desciende a la realidad terrena. “Aparte de tenerle ese cariño, ese amor al padre Zamorita, pues también hay que pedirle a Dios que tenga misericordia de todos aquellos pecados que cometió por su humana debilidad. Él siendo un ser humano, también sacerdote, pues no estaba exento de aquellas cosas propias de un ser humano. Y por eso le pedimos a Dios que tome en cuenta más sus buenas obras que él realizó en esta vida que sus pecados o debilidades. Por eso estamos en este momento ofreciendo esta misa”.

La premisa es clara. Afirmar que el padre de San Nicolás fue un santo, cuestionaría la fragilidad humana, le restaría el resultado de su condición humana y pasaría a la fácil idolatría. Abona una monja: “Que Dios lo perdone por todas sus faltas pero más que lo premie con la vida eterna por todo el bien que hizo a Tlaxcala y la Iglesia”.

–Yo le tenía rencor porque me regañó y volvió a regañar sólo por no estar casado ante la Iglesia. Pero después entendí la convicción de su ministerio.

Me saben cronista de la ciudad y ya me empiezan a enviar, mediante mensaje de voz, o con la escritura que permite el WhatsApp, personales testimonios.

“Siempre asistió a nuestras fiestas. Tenía memoria prodigiosa. Sabía la vida de todos. Sabía vivir. Cuando me veía, me pedía de regalo vino francés, que fuera Bordeaux”.

“Fue muy emocionante ver al padre Zamorita en el Teatro Xicohténcatl. Recibió la Presea Tlaxcala. Fue en octubre de 2019. Muy merecido reconocimiento a tan buen ciudadano”.

“Él siempre dijo “la muerte es gozo”.

“Mi marido me decía: Llévale su propina al monje. Que no es monje, es diocesano. Pues yo lo veo como monje, por noble y piadoso”.

“Sé que hubo bienes, hubo progreso, le fue bien. Tuvo amigos importantes siempre, gobernadores, senadores. Él fue un hombre que siempre se supo acomodar, y eso fue bueno. Hasta en la casta de sacerdotes se bifurca como si lo fuera en la vida real. No fue nada fácil, nada sencillo. Él fue un hombre muy respetado y mu querido, muy popular. Como buen cazador, a donde ponía el ojo ponía la bala. Supo convivir con esta sociedad compleja. Le entendió mejor que muchos políticos, le entendió el fenómeno social. Y hablaba tanto con albañiles como con abogados, con políticos y con quien sufría”.

“Muy querido por mucha gente, por las mujeres tlaxcaltecas sobre todo. Y no dudo que tuvo sus adversarios. Veían la amenaza de que llegara a Obispo. Supo descifrar. No pelearse con el de arriba y beneficiar a los de abajo. Gran orador. Un hombre incansable. Trabajo trabajo y trabajo”.

“Lo que es Zamorita y Sor Albertina, Madre Agustina, eran de los más simpático y atrevido que he conocido. Ellos nos recuerdan que la alegría nos viene de Dios”.

“Lo tuvieron en iglesias muy prósperas. Siempre fiel a su ministerio. Lo bueno es que tú y yo superamos los hábitos. No quisimos esclavizarnos a la cruz. No le quisimos entrar al celibato. ¡Promiscuos hasta no dar y no poder! Que nuestra muerte pase de largo”.

Salpicado hasta los tobillos de estos alegatos sin filtro, le llamo a Monseñor Francesco Fosco, y doctamente contesta:

“Los presbíteros enteros como mi hermano en Cristo, Manuel Zamora García, son llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia suya en medio del rebaño que les ha sido confiado. Son una representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor. Existen y actúan para el anuncio del Evangelio al mundo y para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo y actuando en su nombre.

En septiembre de este año el reverendo Zamora cumplía sesenta años de labor pastoral. Son los designios del Señor. Hay que entender que el Espíritu Santo, consagrando al sacerdote y configurándolo con Jesucristo, crea una relación entre el Señor Jesús y el sacerdote: relación ontológica y psicológica, sacramental y moral.

El padre Zamora es la prolongación visible y signo sacramental de Cristo.”

Ubicándonos en el año que cursa, me quedo con los versos que el Obispo de Tlaxcala, Julio César Salcedo Aquino le regaló de manera verbal, fraterna y amorosa, en el Atrio de San Nicolás, al padre Zamorita. Es demostración sincera de un alma sencilla a otra de igual peso poético y cálido: “59 años llevaste la cruz /¿cuántos escalones tendrá tu calvario? / Tú cierra los ojos / Y sigue a Jesús.

 

 

 

 

 

 

 

 

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