Eructos de barbaridad expresiva

Eructos de barbaridad expresiva

Despacio en curva

Alberto Aguilar.

Me insisten en señalar los disparates en la expresión oral y su vacío evidente. “¡Qué barbaridad!”, se espantan los puristas del lenguaje. Cuánta leperada junta y nulidad de ideas, espíritu y contenido.

Muestra de lo anterior es el tema “Ay mi pendejo”, cuya única letra reiterativa es: “Ay mi pendejo, jojo / Ay mi pendejo jo / ay ay ay ay mi pendejo”,

Cómo es, me pregunto, que se da tal acumulación de basura proveniente de la cariada boca de quien hace uso de la palabra. Veamos:

En principio, aceptemos lo consabido: existe un real placer en los hablantes al decir tanta baratija; estamos hablando de ese inmediato acopio de palabras breves que, en lépera reacción estomacal, es lo mismo que el eructo que nos viene de haber comido una garnacha en la calle y la grasa y la gastritis y el picante hacen lo propio para devolverlo en una sonora liberación anfibia, disculpada muy sentidamente con el “se oye mal, pero descansa el animal”.

Ahí tiene, querido lector, la suma y epíloga que justifica toda una sarta de expresiones que se dan no sin pensar, sino con pleno consentimiento del que se vale de la expresión oral para decir cuanta jocosa leperada o torcida expresión a placer tienen al alcance de la boca.

Hacerlo les provoca un gusto enorme, alegría desbordada, acorde al delirio del oído y del receptor que festeja, de igual modo, esa fiesta de la palabra en la palestra públicade la chela banquetera, la borrachera sabrosa en casa, o con la pomada del Preciso (Presidente Domecq) sobre el cofre del auto.

Aceptando la disculpa esa “se oye mal pero descansa el animal”, justificado está por completo el acto libre de decir cuanta sandez surja en la mente para saborear la palabra y ser gracioso una y otra vez. Qué reclaman los fijados del lenguaje, pregunto yo, si confesado está que es un animal el que se está permitiendo eructar, es decir, acumular vocablos e hilarlos para darle un encerado y particular brillo.

Que se queden con su coraje, en su cómodo y aterciopelado asiento, los integrantes de la Real Academia Española (RAE), junto con su vigilante corrección de la lengua española. Su compromiso emblemático: “Limpia, fija y da esplendor”, es trabajado a diario y puesto ese afán pero en las manos brutas del que talla con particular método para hacer fúlgida su palabra coloquial, parca y dicharachera.

En franco uso de la libertad de los hablantes (contagiados de influyentes en redes sociales, youtuberos o comediantes exitosos), la convivencia humana se salpica de una muy variada capacidad de comunicación inmediata. A favor de ellos, diré que sólo tienen la intención del cotorreo. Es otra manera de sobrellevar la vida y de querer ser auténticos, aunque saben bien que únicamente hacen copia de expresiones aceptables en ciertos círculos sociales, y que están de moda. El efecto fonético es agresivo, sí, pero viene con un aviso dicho al oído: “Relaja la raja, men”.

Van unos cuantos eructos:

“Ese perro sarnoso que se vaya a la versh, dice pura caca”.

“Qué pedo, compa, hoy sí vas a tragar calabaza o te regaña tu leona”.

“Cálmate, maldito, qué mamas, ¿no que eres el hijo del papá?”.

“Yo digo lo que siento, les guste o no, y que no me vengan a mamar”.

“Quiovo tú, Kalimán, ¿otra vez andas de a Solín?”.

“Qué tranza, bro, hoy sí te nació hacer puras chingaderas revuelto con pendejadas”.

“Cada que te miro, compa, me dan unas ganas de tragar alcohol”.

“Esto es lo que hay, perra”.

“Ay hijita, tienes más barba que yo”.

“Si ya te la sabritas para qué te la cobijas”

“Qué onda, perdida”.

Es la palabra viva viva, que en sus potencialidades lúdicas se niega a quedarse callada. “Dales la vuelta, / cógelas del rabo (chillen, putas)” dijera el poeta.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pincel de luz, usa cookies estrictamente necesarias, así como otras tecnologías similares, para poner en funcionamiento este sitio web y brindarle una mejor experiencia de usuario. Aceptar Leer más