Tlaxcala, ¿sí existo?
Alberto Aguilar.
Días después de las elecciones 2024, el tlaxcalteca siente la resaca de un amor destinado al olvido. Todo se ha vuelto calma y basurero. Desapego. Silencio grosero.
Las porras y gritos en apoyo para el conciudadano a elección popular ya forman parte del pasado. Ya es pasado las llamadas reiterativas al teléfono privado, los grupos de WhatsApp, los memes, las lonas, las encuestas, las brigadas, las playeras y gorras, el cimbrar de tambores y teponaxtles, los volantes publicitarios y paraguas con los colores del partido político, el vasito con refresco y el papel de estraza con memela picosa, las soleadas caminatas, el toque y destoque de puertas, los discursos claridosos, el perifoneo en recia postura de apoyo. Todo se ha terminado.
En este empeño electoral alguien gana y alguien pierde; de acuerdo, pero qué feo se siente el alud del sosiego, el tedio, la nada. La derrota a secas.
–Después del domingo de elecciones, aquí nada más se presentan remolinos pedorros. Ya nadie se asoma ni a agradecer los votos ni a reclamar por qué se los negamos. Con decirle que al otro día de la votación, me quería hacer de algunas lonas para proteger mis pollos del infame sol, no importando el partido político. Y qué pasó, pues se las chingaron todas los nietos del Canica. Mire allá está su tiendota, y todavía quieren más y más. La política es eso, ambición y arrebato. Es fiesta, porque sí es fiesta, pero lueguito viene el olvido.
Tiempo de exequias, de funeral y velorio y llanto viene inmediatamente después del conteo de votos y de los resultados finales, oficiales. Hay bocas secas y silenciosos rencores encontrados en la casa de campaña de aquí y de allá. Los vástagos del candidato sufren.
–Papá, yo creo esta estuvo bien para saberle, pero ya no le entres a la siguiente. Ya ves a cuánta gente recibiste y nada. Pásale el pastel, ofrece galletas, sírveles su cervecita. Saluda a doña Tere. Abraza al regidor. Trae los tamales para la reunión. Lleva este sobre al párroco, y aguas porque dinero es lo que contiene. Y a ver, dónde están ahorita. Porque no vas a creer que contamos con esos votos. El jefe de casilla vino a decirlo, sólo catorce votos en esa sección. Bola de ojetes.
El candidato a elección popular siente permanente vacío en el estómago, metáfora de la urna cuyo alimento con la cruz a favor no fue para nada nutriente.
Del declarado amor al pueblo, del saldo de deudas económicas urgentes, de las promesas a los amigos y a la asistente, de la vil derrota le nace un cólico real y escupe acidez capaz de retorcer los guijarros del camino.
A “deshoras”, el sombrío candidato perdedor pasa de incógnito por las calles de su pueblo. Las observa dentro de un auto. Se mira con desprecio por haber sido tan, tan ingenuo. Siente pena de sí. Ah pero qué bien luce en esas lonas: La sonrisa franca, el músculo político mostrado en su bíceps, su inmaculada camisa lechosa, su dentadura blanqueada, los colores de su partido; su imagen repetida en cada calle le parece en su conjunto una burla, la más cruel de las mentadas. Le hicieron creer y nada. Lo recibieron en cada casa y al final nada. Todos le ayudaron, ¡pero a perder! Suelta palabras alcoholizadas.
–Pueblo retrógrada. No me merece, claro que no me merece. Que sigan pagando el derecho de piso de esos regidores, narcos del poder. Clarito está, son tres apellidos, tres familias ahí metidas. Que los votantes traguen pobreza porque eso van a recibir. No entiendo, de veras, a este pueblo roñoso. Sordos embusteros. Contrataré otro dirigible, y desde ese tiburón aéreo les gritaré con altavoz: ¡Adiós jodidooooos!
–Para el que de veras le sabe a la polaca, sabe bien que lo mejor es la campaña. Un idilio. Ya después vienen los chingadazos.
El votante crítico se siente prematuramente envejecido. Se le han ido los años en el reemplazo incesante de la esperanza que ya le sabe a utopía. Ocho sexenios le bastan para entender que eso de la democracia es más que un deber ciudadano y republicano. Es tufo, es tara, recurso, mecanismo, invención de unos cuantos para salirse con la suya y gobernar por más años. Y esto mientras no se invente, después de los griegos, otra forma de hacer valedero el poder del pueblo.
–¡Ni democracia directa ni representativa, insensato! Es de un grupo de delincuentes identificables, entiéndelo ya.
–Dizque no reelección y ahí están otra vez tocando a mi puerta los mismos. Cinismo hay que tener.
–Ahorita festejan todos su triunfo. Ilusos. Candidato que gobierna y vuelve a gobernar es hijo de Alí Ba Bá y sus cuarenta ladrones. Y digo cuarenta porque miedo me da saber contar más.
–Jamás se había visto tanto chapulín político, porque chaqueteros somos todos después de la adolescencia.
–Cuándo se había visto tal desbandada política. En mi reflexión, estamos viviendo el rugido de tripas más grande de la historia.
–No se me enoje, compadre. Así es este arroz. Yo no chaquetié, sólo sigo la ruta correcta por el bien de México. ¿No tengo libre elección para cambiar de partido? Dicho de otro modo, fui por falta de alternativas lo que decían que era.
Días después de las elecciones 2024, el tlaxcalteca siente una sensación de desapego. Es ciudadano común, pero muy común y comunitario, compañero de partido y de sector, de sector y de partido, solidario de causas justas, pero muy desvalorado.
En permanente campaña electoral (en su mente), el tlaxcalteca saluda aquí y allá con la mano firme y extendida. Se analiza y ya suma su vida cincuenta años en ese ejercicio fraterno, directo. Toda la triste vida en el mismo pueblo y con la misma gente. Cómo no lo van a saludar, a conocer, a querer. ¡Estos son votos reales!, se dice. Ha vivido cada palpitación del pueblo, es decir, a la par de los ciudadanos todos. Ha comido el pan de caja, rancio, del expendio de pan en la existencia hambreada de todos.
Andando el diálogo, se expande el espíritu tlaxcalterco.
–A ver, este señor. Desaparecido. Ah pero regresa y a gobernar, mediante su hijo. Ojalá y no.
–El político sabe para lo que se alquila.
-Ora “se alquila”. El político es un inversionista del poder. Punto.
–Aquí nada más hay de dos sopas. Vivir disminuido a los ojos de la opinión pública o mejor meterse en la política antes de que ella se meta contigo.
–No sé ustedes, pero al ver a quién eligen, a quién imponen, qué apellido gobierna, cómo traicionan; quiero decir, señores, que al ver el enriquecimiento ajeno y delincuente, al comprobar cómo la soberbia me quita espacio con sus lonjas; al confirmar que mi categoría de ciudadano es nada para poder representar a mi gente; al ser testigo de quien sólo figuró porque se subió, de pronto, con mucha suerte a la carretilla veloz de la política; al comprobar que fui utilizado, me pregunto muy seriamente: Tlaxcala, ¿sí existo?
Una paloma le cagó a ras de los pómulos.
Hubo de bajar la mirada.