¡La plaza es mía! ¡La plaza es mía!
PRIMERA DE DOS PARTES
¡Ay ojón!
Alberto Aguilar.
El zócalo de Tlaxcala luce con espléndidas luces lumínicas en verde, blanco y rojo.
Iluminación, banderas, murales con héroes ceñudos e indomables, escudo nacional,
música vernácula avisan mes patrio por donde se le hurgue.
Los asistentes al zócalo, contados. La vendimia, escueta y triste. Las bancas, vacías.
Los comercios y sus dueños y sus clientes, indiferentes a lo que sucede. El quiosco, con
poderosas pantallas LED, encendidas, pero sin que alguien las mire. La circulación
vehicular, regular e insensible en la mira de sus conductores. El maestro de ceremonias del
gobierno, de perfectísima dicción y acento, sin pueblo que le siga el hilo de sus narraciones
en el poder del entusiasmo por él impostado.
A la hora del responsorio: ¡Vivaaaa!, no más de cien enchamarrados, desdentados
de boca y alma. La vida tlaxcalteca, ordinaria y lenta: nada que cada habitante de la capital
no sepa.
Gana la indiferencia de todos, pues; es desgana colectiva venida en afirmación de
que cada año es lo mismo. Puros “actos performativos”, diría un académico cansino.
–Ora perro, el tonayán está adulterado o de plano es cierto que esta góber ya perdió
liderazgo.
–Ya perdió al pueblo, más bien. Fíjate nomás, desangelado está el zócalo y qué hora
es…
–Te la pellizcaste mi Perri. Se ve que no hay antojitos gratis esta vez y escucha bien,
ya vamos acabando el Grito.
–Esa bandera que ondea Lorena está muy blanca, ¿neta es la de Tlaxcala?… Apoco
nos cayó la guerra de Ucrania o qué, ¡parece bandera de la paz!
–Tú híncate y paz por atrás y rosado quedarás y me las vuelves a prestar.
–Para gajos la naranja y para pendejos ustedes. ¿Qué no ven que es un ensayo…?
¡El Grito de Independencia es mañana!
–Idiota de mí. Con razón hoy no está llueve que llueve como cada año.
Hay una cierta calma satisfactoria del equipo de Logística y Protocolos del Gobierno de
Tlaxcala, de la gobernadora misma, del nuevecito alcalde municipal de la capital, de la
escolta, del asistente del asistente del asistente y del público mirón que, con aplausos y
vítores medidos, dieron la venia plenísima y aprobación unánime de que, a la noche
siguiente, todo sería acorde a estricto protocolo patrio.
El zócalo de Tlaxcala se agarró fuerte de los árboles que enmarca para respirar
hondo y muy hondo. Al otro día estaba declarada una noche larga, tumultuosa, desgañitada.