Paulina Rubio: corazones encendidos en la Feria Tlaxcala 2017
Alberto Aguilar
Galería de fotos/Jorge Lezama
19/11/2017
Que no caiga nadie a engaño. Paulino Rubio vino a Tlaxcala a cantar una hora, pero a cantar bien. Profesional. Su cuerpo untado en vestimenta negra, de piel. Elástica y sensual. Piernas en compás, sin pudores provincianos.
La prensa pudo estar a tres metros de la ex Timbiriche. Sólo durante las tres primeras canciones. Suficiente para sentir en la espalda la gritería de la admiración, el cariño, el fervor. La Rubio no es de reducido público. Lo mismo va el enclenque viejo de aplausos postizos que la niña que brinca descontrolada al cantar fuerte y sin tono adecuado; qué importa, la afinación viene derechito del corazón.
Los músicos de Paulina Rubio tienen el mismo gesto harto sabido de la cantante: hacen un doblés ondulado en los extremos externos de los labios de la boca; digamos que encogen, arrugan, fruncen la trompa, pues, a manera de mínimo goce musical, de enana rebeldía roquera con impulsos de desatado entusiasmo baladista.
El público esperó en pie poco más de una hora para luego disfrutar a la cantante poco más de una hora. Y se acabó. Ni más ni menos. Tajante el concierto. Concreto. Y ya que se vaya cada quien con su cual a recorrer los sabidos espacios de la feria.
El Teatro del Artista se cimbró al reunir las voces y repentinos brincos de los asistentes. “Por las buenas soy buena, por las malas lo dudo”, cantaban. “Si a ti te gusta morder, del mango bien madurito. Ven mírame a mí, tengo colorcito”.
Paulina Rubio no cambió nunca su vestuario pero puso colorcito cachondo a quien observador fue de sus movimientos. De bailarines tuvo a sus propios músicos y alguno que otro que sin protagonismos medio se acercó, lo mismo al final del show, con unas bailarinas muy jóvenes, también sin pretensiones de sensualidad.
La Chica Dorada valoró a los niños, ansió que México vuelva a ser niño. Hizo ondular banderas de México. Entonó: “México, México, eme, e, acento, equis, i, ce y o”.
Se fue la Pau, en la apreciación del público, demasiado pronto. Alejados del escenario y de la cantante, gritaban “otra, otra, otra”, pero una camioneta Chevrolet, negra, impecable, ya se la había llevado. El remate verbal de un morro, de entre el público, fue, como siempre, sabio: “Ya, idiota, otra otra otra, si no ves que ya se largó… Vámonos a beber”.