Tlaxcala/2 de octubre de 2016
El 2 de Octubre de 1968 se llevó a cabo una de las matanzas más sangrientas en la historia de nuestro país ejecutada por el gobierno. El número de muertos no se sabe con precisión, fuentes oficiales refieren no más de 50 mientras que investigadores afirman que fueron más de 300.
Este es uno de los acontecimientos del cual la mayoría de los mexicanos están enterados, sin embargo, es el caso de impunidad por excelencia.
LOS HECHOS
La tarde del 2 de octubre de 1968, después de que desde un helicóptero que sobrevolaba la Plaza de las Tres Culturas arrojara una luz de bengala, empezaron los disparos en contra de los miles de estudiantes que colmaron el lugar.
El 2 de octubre de 1968 se realizaba en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, una gran manifestación estudiantil en demanda de mayor libertad de expresión, a unas cuantas semanas de que se celebraran en México las Olimpiadas.
Justo cuando se iniciaba el mitin, una bengala surcó el aire, lo que, dicen los testimonios, fue la señal para que el Ejército Mexicano empezara a disparar contra la multitud.
También dispararon sus armas los integrantes de la «famosa Brigada Blanca», vestidos éstos de civil, pero identificados por portar un guante blanco como distintivo.
De acuerdo a Paco Ignacio Taibo II, quien en 1993 encabezó una Comisión de la Verdad sobre estos sucesos, en esa «trágica» tarde fueron disparados 15 mil proyectiles y hubo 300 muertos, además de 700 heridos y cinco mil estudiantes detenidos.
Según el periodista e investigador, participaron ocho mil militares de varios cuerpos destacados en la acción, 300 medios armados entre tanques, medios blindados y jeeps con ametralladoras.
Todo ésto para reprimir una manifestación pacífica.
En 1968, México era gobernado por Gustavo Díaz Ordaz, ya fallecido, mientras que Echeverría Alvarez fungía como secretario de Gobernación, quienes nunca pudieron explicar de forma clara y veraz esos acontecimientos.
Desde entonces y hasta el último presidente de filiación priísta, Ernesto Zedillo, el gobierno permaneció en silencio ante estos hechos, que afectaron a los movimientos sociales de estudiantes y de trabajadores.
Dichos grupos, al ver cerrado el camino del diálogo, formaron ya en la década de los 70, diversos grupos guerrilleros.
PLIEGO PETITORIO DEL CONSEJO NACIONAL DE HUELGA DE 1968
El 2 de agosto la UNAM, el IPN, la Escuela Nacional de Maestros, la ENAH y Chapingo conforman el Consejo Nacional de Huelga, el cual después de varios movimientos en otras partes del país fructificaba en el CNH como una organización con carácter nacional estructurado al cual otras universidades se fueron incorporando con protestas en Yucatán Coahuila, Morelia, Guerrero, Nuevo León, Chihuahua, Veracruz, Puebla, Sinaloa e Hidalgo.
El 13 de septiembre se realizó otra marcha de protesta al ingreso del ejército al IPN y a la UNAM. El pliego petitorio que se elaboró el 4 de agosto por el Consejo Nacional de Huelga fue;
1) libertad a los presos políticos,
2) destitución de los generales Luis Cueto Ramírez, Raúl Mendiola y del teniente coronel Armando Frías.
3) extinción del cuerpo de granaderos.
4) Derogación de los artículos 145 y 145 bis del código penal (delito de disolución social),
5) indemnización a las familias de los muertos y a los heridos víctimas de las agresiones en los actos represivos iniciados el viernes 26 de julio,
6)deslinde de las responsabilidades de los actos de represión y vandalismo realizados por las autoridades a través de los policías, los granaderos y el ejército.
TESTIMONIO DE UN EXMILITAR
Mario Alberto Sierra
Cuando llegamos había poca gente, como al diez para la cinco ya había 5 mil o 6 mil personas, y cuando empezó el mitin a las 5:10 ya había entre 8 mil y 10 mil asistentes. Sentíamos un ambiente raro y le sugerí al sargento Gama que nos moviéramos a una de las esquinas de la plaza, cerca del edificio Chihuahua.
Alrededor de la plaza estaban las tanquetas del 12 Regimiento de Caballería Motorizada, que habían llegado de Puebla para el desfile del 16 de septiembre y que se quedaron en la ciudad. Escobar Alemany le contó después que desde esos vehículos se disparó indiscriminadamente contra la fachada del Chihuahua.
La plaza era una ratonera, y el edificio Chihuahua, la trampa. Le dije a Gama que nos colocáramos en la orillita. A las 6:10 vio salir las luces de bengala del helicóptero militar que ya llevaba su quinta ronda sobre la plaza. Salieron del helicóptero, fueron tres luces: dos verdes y una roja. Eran luces especiales que se sueltan y alumbran como un arcoiris. Nosotros no sabíamos nada, no teníamos ninguna instrucción. Inmediatamente se escuchó un disparo y a la distancia no supimos de dónde venía, pero fue de pistola. Luego otros cinco o seis disparos.
Vi a un francotirador en el techo de la iglesia. Hubo otros disparos desde el edificio del ISSSTE. La imagen de la gente moviéndose era extraña, era como cuando el trigo se mece hacia donde lo lleva el viento. Así se movió la gente buscando una salida en sentido contrario de donde venían los disparos.
Dice que al día siguiente, 3 de octubre, se levantaron tarde porque no habían tocado la diana. No había casi nadie en las instalaciones militares. Mientras estaban desayunando los llamaron para ordenarles que regresaran a Tlatelolco en el camión militar que transportaría a mediodía el rancho para los soldados.
[Al siguiente día] ¿Qué vimos? Era como una zona de guerra. Había un silencio especial, pesado, se podía agarrar. Le dije a Gama: ‘¿Cuánto apuestas a que De Flon nos dice que por qué no estuvimos en el mitin?’ Gama me dijo ‘cómo crees’, pero dicho y hecho: Nos lo reclamó, como si hubiéramos tenido que estar muertos, heridos o detenidos para probarlo. Tuvimos que explicarle lo que nos pasó.
En la plaza había basura, ropa, manchas de sangre tapadas con periódico, sangre aún fresca mezclada con agua. Había llovido.
TESTIMONIO DE LA FAMILIA DE UNA DE LAS VÍCTIMAS
Diana Rivera es hermana de una de las víctimas de Tlatelolco, su hermano Guillermo (Chomy) era un adolescente de 15 años en el momento de ser abatido y muerto por tres impactos de bala. Asistió al mitin de Tlatelolco sin pertenecer a ninguna organización.
Ella también se dirigía hacia allí: «Sin embargo, ya no pudimos entrar a la plaza. Los soldados habían bloqueado la zona y nosotros nos quedamos atrás de los tanques. Unos jóvenes que huían nos dijeron: “Están matando a todo mundo”. No había necesidad de que nos lo dijeran; nosotros escuchábamos los disparos y olíamos la pólvora.
Pensamos en ese momento que la represión era más selectiva, que sólo se disparaba contra los dirigentes. No imaginábamos que el tiroteo fuera contra el grueso del mitin». Su hermano cayó herido de muerte tras los primeros disparos, supieron que lo habían trasladado a un hospital militar y que allí falleció, persiguieron a la ambulancia que transportaba el cadáver: «Aquella persecución fue una pesadilla, no sabíamos adónde llevaban el cuerpo.
Seguimos a la ambulancia que entró finalmente al edificio del Servicio Médico Forense. Allí vi una de las cosas más espantosas de mi vida: las planchas eran insuficientes, por lo que estaban repletas de cadáveres amontonados, unos encima de otros. Había cuerpos de niños, de niñas, de mujeres embarazadas… Habría algunos 200 cadáveres de gente masacrada. La misma escena cuya foto vi después publicada en la revista ¿Por qué?, que dirigía Mario Menéndez. Esa foto yo la viví. Yo vi esa escena».
… nos dijeron que solamente podíamos sacar el cadáver de mi hermano si testimoniábamos, en el acta de defunción, que había muerto por otra causa…No nos quedó más alternativa que dejar asentado que mi hermano murió por otras causas, ahorita ya ni recuerdo cuáles…Diana considera que será imposible investigar los hechos basándose en actas ministeriales o en certificados de defunción, puesto que en aquel entonces los familiares fueron obligados a poner otras causas de las muertes. «Más que por las actas, la investigación tendría que guiarse por testimonios de los familiares de las víctimas. Pero entre nosotros nunca hubo contacto. No había esa conciencia del derecho que hay ahora.
MÁS TESTIMONIOS
Florencio López Osuna
Llévatelo, y a la primera pendejada, te lo chingas, fue lo último que escuchó antes de que lo bajaran, a empellones, del tercero al segundo piso del edificio Chihuahua.
Había sido el primer orador del mitin y fue el único de la lista de tres comisionados para hablar esa tarde en nombre del Consejo Nacional de Huelga —los otros eran David Vega y Eduardo Valle—, que alcanzó a pronunciar su discurso.
Yo estaba en el centro de la tribuna. Cuando comenzaron los disparos, me di la vuelta, y, dando la espalda a la plaza, vi que el tercer piso se había llenado de gente que, después supe, era del Batallón Olimpia. Eran jóvenes como nosotros. Algunos traían una fusca en la mano; otros cargaban metralleta. Todos traían un guante blanco. A unos pasos de donde estaba, David (Vega) forcejeaba por el micrófono con uno del Batallón Olimpia, al que se le salió un tiro.
Los del batallón les dieron tres instrucciones: ‘Todos a la pared, todos al suelo y al que alce la cabeza se lo lleva la chingada’. Mientras tanto, un tipo alto, fornido, con gabardina, disparaba contra la multitud.
López Osuna permaneció de pie; durante segundos, pegado al barandal del tercer piso, pudo ver cómo se formaba un remolino en la plaza, la gente se movía como una ola de mar. En ese momento, uno de los agentes lo tumbó al piso, cayéndole encima.
A los que estábamos en el tercer piso nos dividieron: A unos los subieron al cuarto piso y a otros nos bajaron al segundo. Yo fui de estos últimos. Un tipo que estaba acostado con nosotros nos decía en qué turno debíamos arrastrarnos. A unos pasos de ahí, había otro tipo en cuclillas. Era el que mandaba. Todavía lo recuerdo: patilludo, orejón. Cuando tocó mi turno, el que estaba acostado le dijo a su jefe: ‘Éste fue orador en el mitin’. Entonces, me jalaron, me mentaron la madre. Ahí empezaron los chingadazos.
René Manning
Cuando empezó la balacera, estábamos viendo por una pequeña ventana, apena cabían dos personas para observar. Fernando vio que por el lado izquierdo, por donde estaba el cine Tlatelolco, y por el lado de Reforma, comenzaron a entrar los soldados. Yo me fijé en el helicóptero, cuando arrojó las luces de bengala: una roja y dos verdes.
En el balcón que estaba debajo, a mi izquierda, donde estaban los líderes hablando, vi cuando un hombre de guante blanco agarró a uno del cabello, le puso la pistola en la sien y le disparó… Yo lo vi. Ése fue el primer disparo que escuché y entonces comenzaron a entrar los soldados a la plaza. Entraron abriendo fuego contra la gente que estaba en la explanada. Después entraron una o dos tanquetas disparando contra el edificio Chihuahua. Fernando me jaló y nos fuimos hacia atrás, en ese momento entró una ráfaga de la tanqueta exactamente en el departamento. Rompieron las tuberías y el departamento comenzó a inundarse. Nos fuimos a la última recámara. Ahí nos mantuvimos hasta las cuatro de la madrugada.
Enrique Espinoza Villegas
Estaba en la Preparatoria 5 y era activista. Tenía 19 años y no participé en el Comité de Huelga. El 2 de octubre quise estar en el tercer piso del Chihuahua porque allí iban a estar otros amigos.
Llevé a mi madre, pero la dejé en la explanada y me subí. Cuando estaba hablando Socrátes (Amado Campos Lemus) empezó el tiroteo y quise bajar por mi madre, pero ya no me dejaron. Me detuvieron los del guante blanco, que comenzaron a dispararle a la gente.
Había dos niños de secundaria que, cuando vieron que los del guante blanco disparaban contra la gente, se les aventaron. Ahí mismo los mataron. Primero les dispararon y en el suelo los golpearon con las cachas de las pistolas. Iban con suéter café.
Con tristeza y remordimiento recuerda que no pudo ayudar a su madre Esther Villegas, a la que también se la llevaron los soldados. Ella estaba en las escaleras, alcancé a agarrarla, pero me detuvieron. Me llevaron a un departamento del tercer piso, donde estaban Luis González de Alba, Cabeza de Vaca, Sócrates y La Tita. Allí el policía del sombrero que aparece en las fotos era el que nos quitaba las pertenencias a todos los detenidos.
Pero después Enrique y González de Alba fueron llevados a otro departamento: Allí me quise escapar, vi un guante blanco tirado y traté de ponérmelo, haciéndome pasar por uno de ellos. Con los ojos Luis me decía que no, pero yo tenía miedo y quería escaparme para ir por mi madre, a la que también habían golpeado. Se dieron cuenta porque el guante rechinó cuando quise ponérmelo, me golpearon hasta que perdí el conocimiento. Creo que uno de ellos mismos me salvó porque les pidió que ya no me siguieran golpeando. Cuando desperté me bajaron a la entrada del edificio, donde nos tomaron la foto a un lado del elevador. Yo estoy de espaldas, soy el más alto.
Cuenta que en el Campo Militar Numero Uno nos llevaron a las galeras con camas de metal. Nos despertaban a la media noche y nos decían que nos iban a fusilar. Había ferrocarrileros, trabajadores del banco, estudiantes. Me golpeaban mucho, la tortura también era psicológica. Sacaban gente y se oían tiros, todos temblaban. Nunca vi que regresaban.
Ahí vi a Nazar Haro, varias veces fue a entrevistarnos, casi siempre a la medianoche o en la madrugada. Llegaba con sombrero y gabardina blanca, nos ponía bajo una lámpara y nos preguntaba: ‘¿Qué andabas haciendo, eres estudiante, del Comité, conoces a los líderes?’. No me golpeó, me hice pasar como trabajador de Aurrerá, estaba muy asustado. Me tomaban fotos mientras me interrogaban, huellas digitales de todos los dedos de las manos. Me parecían eternos, con preguntas insistentes.
FUENTE: “México desgraciado”