Redacción
Tlaxcala/08 de noviembre.- Este martes habrá elecciones en los Estados Unidos, sin duda nuestros paisanos y paisanas que se encuentran del otro lado de la frontera van a ser partícipes de esta elección histórica que habrá de marcar el rumbo de esa nación y de alguna manera del mundo.
La candidata Hillary Clinton sabe que cuenta con el voto de los tlaxcaltecas en el extranjero, como lo demuestra el hecho de que con “Tejiendo Puentes”, la cantante tlaxcalteca Amanecer Cristal expuso su apoyo a la candidata demócrata a la presidencia de Estados Unidos.
La intérprete fue parte del listado de artistas que se presentaron en los eventos del cierre de campaña de la aspirante a la Casa Blanca el 5 de noviembre, pero la relación de Hillary Clinton va más allá de este contacto.
Los habitantes de la ciudad de Tlaxcala tienen muy presente esa visita de Estado de oos Clinton a Tlaxcala, eran tiempos en los que el presidente Erenesto Zedillo visitaba constantemente a Tlaxcala y decidió que Tlaxcala fuera el destino de esta visita de Estado.
Modernos helicópteros cruzaron el cielo azul de Tlaxcala ese 7 de mayo de 1997, el zócalo capitalino era impenetrable, agentes de la CIA, DEA, FBI se coordinaron con el Estado Mayor Presidencial para que ningú extraño se colara.
Había varias aduanas, la gente difícilmente podía entrar a sus casas, los agentes los acompañaban, los representantes de los medios de comunicación conocieron los primeros “corralitos” que llegaron para quedarse.
Esta visita fue una experiencia para todos, los Clinton se maravillaron con nuestras costumbres y tradiciones, esa foto de la pareja presidencial con las máscaras de huehue dio la vuelta al mundo.
Aquí la crónica de nuestro compañerp y enviado especial presidencial Raúl Flores:
TODOS LO QUERÍAN TOCAR Y BILL SE DEJABA QUERER
En medio del color, de la fiesta y su historia, Tlaxcala cautivó… ¡atrapó! a Bill Clinton.
Al pie del campanario del ex convento franciscano, entre longevos fresnos que le sombreaban el pálido rostro, cual jovencito embelesado, el Presidente de Estados Unidos y Ernesto Zedillo, su anfitrión, tarareando y balanceándose al ritmo del `Cielito Lindo’ irradiaban felicidad.
En la Plaza de la Constitución, primero, y luego en el añoso atrio franciscano, que alguna vez también piso Hernán Cortés, el Mandatario estadunidense, relajado, sin corbata, ni aquel pesado y lustroso calzado, no se pudo sustraer a la calidez tlaxcalteca que hoy lo llevó a romper más de una vez el rígido protocolo.
Tras los obvios discursos -del gobernador Alvarez Lima, del Presidente Zedillo y del propio Clinton-, ovacionados todos, el Ejecutivo estadunidense, sobre la alfombra de aserrín multicolor que daba forma y vida a hermosas flores, arrastró sus bastones ortopédicos para llegar hasta la valla donde cientos de muchachitos de piel color canela, ansiosos lo esperaban.
Gentil, entre el bosque de cabecitas de cabellos negros y lacios, la enorme mano blanca de Clinton que parecía un manto que todo lo cubría, saludó a los habitantes de la entidad más pequeña de México.
Momentáneamente, la desusada decisión de Clinton desequilibró y enfadó a su enorme equipo de seguridad. A empellones, los fortachones agentes `secretos’ -que prácticamente `tomaron’ la ciudad- impidieron el paso a todo aquel que no fuera parte de su grupo o elemento del Estado Mayor del Presidente Zedillo.
Ahí, entre apretón y apretón de manos y un frenético agitar de banderas mexicanas y estadunidenses, Clinton y Zedillo iban repartiendo francas sonrisas de felicidad.
Durante ese breve recorrido, ambos Mandatarios, además de muestras de afecto, recibieron un sarape, un libro y hasta un cuadro de Don Quijote de la Mancha, repitiendo una y otra vez «gracias», «thank you», «mu-chas-gra-cias».
Todos allí los querían tocar. Decirles algo. O simplemente estar cerca de ellos.
Ante la cálida acogida tlaxcalteca, Bill Clinton se dejó querer.
Más de una vez el visitante detuvo su paso acerado y se dejó fotografiar con algunos de los miles de lugareños que desde las primeras horas de la soleada mañana de hoy se fueron reuniendo en torno de este jardín principal.
Entre vítores, porras y toneladas de papel picado de colores, Zedillo y Clinton junto con sus respectivas esposas, agradecieron aquellas desbordantes muestras de afecto, y a bordo de sus respectivos vehículos blindados, enfilaron rumbo al atrio del ex convento franciscano.
De muy buen talante, Bill Clinton con su esposa Hillary y Ernesto Zedillo junto a la suya, Nilda Patricia -ambos orgullosos-, arribaron al mágico lugar de piedra donde fueron recibidos con el estruendoso sonido para los `jefes’, el de los teponaztles.
Aquellos iniciales tamborazos hicieron que el visitante, que apenas se había puesto un sombrero de paja «hecho en Cuba», no parara de asombrarse…
Sentado frente al campanario del primer convento franciscano en América, el peculiar sonido del caracol anunció el principio de la gran fiesta popular.
Con no poca sorpresa, el Mandatario observó cómo cada uno de los 26 bailarines caracterizados con trajes prehispánicos, hombres tigre, águila y cisne, orgullosos ascendieron al escenario en medio de la humareda del copal, para interpretar la danza de Los Concheros, producto del sincretismo, que mantuvo al Presidente estadunidense (literalmente) boquiabierto.
Con el sombrero de paja en la mano, el primer Presidente estadunidense de la posguerra fría que visita México y esta histórica tierra de aguerridos indígenas, ducho en el tiempo y ritmo musical que le ha dado el saxofón, no dejó de seguir el sonsonete de las sonajas, de los teponaztles, de los huéhuetls, de los coracoles, las mandolinas y las conchas, que magistralmente tocaron los músicos que dirige Cecilia Rascón.
Mientras los artistas se afanaban para que el espectáculo estuviera «very good», con los puños cerrados y con vehemencia el Presidente de México le explicó al oído a Clinton la fuerza y el significado de aquellos saltos y vueltas que hombres y mujeres daban con caracoles prendidos a los tobillos.
Y Clinton no podía salir del asombro…
De vez en vez, azorado, Bill Clinton no se sustrajo de aquel enorme macizo de piedra que es el campanario franciscano y de soslayo miraba los enormes fresnos que rodean el lugar.
Atento a la inquietud del estadunidense, Zedillo volvió a guiarlo por los pasillos de la historia de México. Clinton asentía una y otra vez ante la exposición de su homólogo, mientras José Antonio Alvarez Lima era el encargado de `iluminar’ a Hillary Clinton.
Muy bravío, al templete llegó Moisés Galicía, un niño de 10 años, que muy entrón entonó «‘¡Viva México!», frase que más de una vez, con garra, el Presidente Zedillo coreó: «¡Viva México!»
Igual que los bailarines, Moisés recibió los aplausos de los estadistas y sus esposas, para dar paso al mariachi Aguila, con el maestro Javier Vázquez González al frente, interpretando el Son de la Negra.
Ya en sus puestos los 24 músicos, vestidos de gala en un tono marfil -con su botonadura de plata-, arribaron 180 niños que formaron el excelso coro que interpretó el `Cielito Lindo’ y arrancaron a Clinton un dejo de gran ternura.
Tan pronto como inició la melodía y los niños comenzaron a balancearse llevando el compás, Bill Clinton, desde su lugar, y Zedillo a su lado, conquistados por la dulzura de las voces infantiles, tarareando la canción -‘ay, ay, ay, ay, canta y no llores…»- comenzaron a balancearse tan suavemente que parecía que lo habían ensayado más de una vez.
Se veía que ambos Presidentes gozaban el momento. Sencillamente se veían felices…
Tanto fue el gusto que Clinton experimentó al volver escuchar aquella popular canción, y la ternura que en él despertaron aquellos chiquillos, que pidió que las niñas y niños no bajaran del escenario.
Fuera de programa, Bill Clinton apoyado en su par de muletas, y Ernesto Zedillo subieron al entarimado para mezclarse entre la chiquillería.
Mano a mano ambos dignatarios fueron saludando a casi todos los chiquillos, de quien Clinton, otra vez, se dejó querer.
Ahí, Moisés Galicía, el jovencito vestido de charro, junto a aquellos que se regodeaban con los Presidentes y sus esposas, a ambos Mandatarios les pidió ayuda «para cantar fuera de México», petición que Zedillo le tradujo puntual a su colega.
De camino al Museo Regional, sobre un pasillo de madera decorado con aserrín de colores -ex profeso para que Bill Clinton pudiera desplazarse sin problemas-, el Presidente estadunidense repitió el mismo gesto de acudir al encuentro de los cálidos tlaxcaltecas que deseaban estrechar su mano.
Tan entregado a la gente estuvo el Mandatario visitante, que a su paso uno de los hábiles bailarines de Los Concheros se desprendió de su collar de cuentas de barro y se lo ciñó a Clinton, que con un «gracias» lo recibió y no se quitó del cuello en toda la tarde.
Antes de que los Presidentes entraran al Museo Regional para su comida privada, los sacerdotes de la Catedral: Gonzalo Arenas, José Guadalupe Romero y Francisco Rodríguez Lara, con su hábito le salieron al paso al Presidente visitante.
Ahí le pidieron firmara el libro de visitantes distinguidos y lo invitaron a conocer el lugar donde reposa la primera pila bautismal de América.
La comida a los Mandatarios fue cordial, relajada y amena, comentan quienes los vieron platicar plácidamente y casi en secreto.
Por la mesa de Zedillo y Clinton circularon platos con arroz, nopales, pipián, mole, huanzontles con queso y una buena porción de escamoles, platillos que sin demora y con mucho agrado el estadunidense degustó, acompañados con cerveza helada.
Después de la comida -que terminó con dulce de tejocote-, que se prolongó más tiempo de lo establecido en el programa preparado por la Casa Blanca, y tras la partida del matrimonio Zedillo-Velazco, Clinton se dio tiempo para tomarles la palabra a los curas de la Catedral de la Asunción.
En completa intimidad, el Presidente estadunidense, su esposa Hillary y algunos cercanos colaboradores ingresaron a la iglesia que data de 1537, y llegaron adonde está la pila en la que Hernán Cortés apadrinó a más de un indígena evangelizado por los franciscanos.
Interesado por aquella riqueza de arte sacro que pende de las paredes y los nichos de la hermosa instalación, donde comenzó la conquista espiritual de estas tierras indígenas, Clinton quiso saber hasta los mínimos detalles de cada uno de los retablos.
Después de salir bendecidos por los tres sacerdotes y de haber admirado la belleza arquitectónica y cultural de este pueblo, el matrimonio Clinton aprovechó sus últimos minutos aquí para el «shoping» turístico.
A un grupo de artesanas apostadas afuera del museo y la Catedral, Clinton les compró una bastonera que les costó 200 pesos e inmediatamente hizo llevar a su camioneta blindada, junto con el par de bastones que Alvarez Lima le regaló, que por cierto le quedaron chicos y no obstante el Mandatario prometió usar poniéndole unos aumentos de goma.
Pero más importante que lo que se pudo llevar de estas tierras el Presidente del país más poderoso del orbe, es que en medio del color, de la fiesta y su historia, Tlaxcala cautivó… ¡atrapó! a Bill Clinton.